RESERVADO EL DERECHO DE ADMISIÓN
De montar un bar, tengo claro cuál querría.
Querría uno en el que los caballeros usasen pitillera, y las mujeres hiciesen sonar el tacón de sus zapatos en el suelo, porque eso significaría que pisan fuerte.
Uno en el que se pudiese entrar con sombrero y abrigo largo sin parecer raro.
En el que se tratase a la gente de usted, con normalidad, sin necesidad de sentirse inferior o superior a nadie, porque por, precisamente haber respeto, todos nos situamos en el mismo plano.
Uno en el que hubiese mil tipos distintos de vasos, igual que hay mil tipos distintos de bebidas para mil tipos distintos de personas. Cada copa tiene su porqué, su momento, y su propia historia. Sí, la historia de por qué se creo así, pero también la historia que hay detrás de cada momento en que se consume de nuevo.
Puede ser una historia junto a Gilda tras dejar su brazo desnudo, o también puede ser una historia del reencuentro de dos viejos amigos, contentos por haberse vuelto a ver después de mucho tiempo –que para algunos pueden ser años, y para otros simplemente minutos, gracias a la relatividad de cuánto es de larga una espera–.
Y que el camarero supiese todas y cada una de las historias de los allí presentes, y las hiciese suyas, conservándolas únicamente para sí, y para recordarlas en los momentos en los que hiciesen falta ser recordadas.
Donde sus mesas fuesen germen de grandes artistas aun por descubrir, que estuvieran allí en busca de inspiración, en busca de una musa para retratarla en papel, en lienzo, o simplemente en su imaginación.
Que esas mesas pudiesen tener algún día el nombre propio de quien las dio fama. Que otros las usasen en busca de conseguir algo de la esencia que en ellas hay impresa.
Querría un bar en el que se supiese de música. De buena música. La que a mí me gusta. De esa que se puede escuchar sentado y reposado, como el buen tequila. Esa música que te puede llevar en cualquier momento a bailar agarrado, con la suave cadencia que marquen las notas. Música que llenase los espacios vacíos que tiene nuestra alma. Que fuese compañía y a la vez nos permitiese estar solos si esa es nuestra intención. Querría que la música fuese el hilo conductor de mi bar. Que fuese la banda sonora que le acompañase hasta sus últimos días. Su seña de identidad y su bandera.
Y si un día tuviese un bar así, estaría contento por tener algo con la personalidad suficiente como para que alguien pudiese escribir sobre él.
Besos para ellas y un abrazo para los demás.
Se os quiere y lo sabéis.
*transcripción (casi) exacta de este texto: Hay cambios motivados por el señor SEO.
Deja una respuesta