L
L de Luis o L de 50. Que cada uno lo interprete como quiera.
Uno es mi nombre, por el que nadie me llama. Lo otro mi edad a la que acabo de llegar, y que a nadie le importa, siendo sinceros.
Pero es el momento en el que suelo echar la vista atrás de mi año natural para ver la de cosas que han pasado desde el último post que escribí con el mismo objetivo.
Y, en este último, doy fe de que han pasado muchas cosas. Y muy importantes.
La principal, es que he visto lo fuerte y unida que está mi familia (y no solo la que me fue otorgada de cuna sino también la que yo mismo elegí) ante las adversidades.
¡Bien por nosotros!
También me he dado cuenta, precisamente en esos momentos, de que hay personas por las que sentía aprecio que me importan exactamente un carajo –que es el mismo carajo que les importo yo a ellas–.
Cada uno por su lado y sin problema. Hace tiempo que dejamos de inventarnos dramas de manera innecesaria. Y lo siento por los que lo siguen haciendo. Ahogándose así, aún más, en los mares de su imaginación.
Éste ha sido mi año de desconexión casi total del mundo exterior. Mi proceso hacía el ascetismo sigue su curso, pero con el asterisco de que no abandono del todo lo mundano.
Y me desconecto, entre otras cosas, porque ya no me sé relacionar con los demás, dado el abismo de pareceres que hay entre la sociedad y yo. Veo la degradación que estamos asumiendo como normal, que parece que no tiene fin, y me voy alejando poco a poco de esa manera de actuar.
De nuevo pienso que todo es por el excesivo individualismo que padecemos. «Yo a lo mío, y que los demás se aguanten».
«Por favor» y «gracias» son palabras casi tan extintas como «ganapán».
Las cosas ahora se exigen con desprecio. Y si no fíjense en cualquier comercio o establecimiento cómo se dirigen la mayoría de las personas a la gente que allí trabaja.
Aquí también forma parte del juego esa superioridad que tienen algunos por el mero hecho de infravalorar el trabajo de los demás, pensando que el suyo es más importante. Allá cada uno.
Y esto siempre lo vi cuando ponía música. El ser pinchadiscos, para muchos, significaba una categoría inferior de persona. La prueba está en que cuando por algún motivo se enteraban que soy ingeniero, siempre se oía un «anda, no tenía ni idea» que llevaba implícito que por trabajar en un bar ya habían asumido que dos 2+2, para mí, eran 5.
Lo dicho, allá cada uno.
Por lo tanto digamos que vivo entre el estadio asceta («Prendido a tu botella vacía…». Era así, ¿verdad?) y el «con lo bien que se está en casa».
Dado que sigo encontrando cosas con las que entretenerme entre las paredes de mi hogar.
La última, y quien me lo iba a decir, es que la vida laboral me ha llevado de manera espontánea a algo que me planteé hacer allá por los 90: estudiar cine.
Vale, vale. Sólo grabo material para las redes sociales y los canales de Youtube de mis clientes, pero quién sabe.
Es un campo que me gusta y en el que me está pareciendo muy interesante la de cosas que se pueden hacer con la tecnología hoy en día. Así que de momento he pasado de grabar con un móvil a comprar equipo de mejores prestaciones y a empezar un máster de creación audiovisual, ante las exigencias que yo mismo me obligo a tener para realizar el trabajo de la mejor manera posible.
¡Qué de vueltas da la vida!
En el resto, poca novedad.
Sigo acudiendo a mis citas anuales con las cabinas de música de Valladolid en Navidades y Ferias, junto a mis inseparables Dinosaurios.
Este año además, tras muchas negativas, también abrí el melón de pinchar en cumpleaños, aprovechando que el mío era uno de ellos.
La verdad es que son divertidos porque conozco a casi todos los invitados de todos a los que voy, y la música suele ser la misma que pongo de manera habitual. Inclinando un poco la balanza hacía lo más pachanguero del repertorio, más las novedades típicas que tienen que sonar sí o sí. Pero, por favor, que alguien saque a bailar a La Morocha de una vez, que se muere de ganas. A ver si así, por fin, nos deja de dar la monserga.
Besos para ellas y un abrazo para los demás.
Se os quiere y lo sabéis.
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