UN HOMBRE TRANQUILO Y PACÍFICO
Un tren expreso llega a la estación de Castletown con tres horas de retraso. Aunque bueno, qué más da eso, dado que a nadie le importa. Ni siquiera a ellos…
Hace poco me preguntaban por una manera de iniciarse en el mundo del cine, y mis palabras fueron:
–Tú empieza viendo El Hombre tranquilo. Y desde ahí vamos investigando.
Y justamente así, según he contado al inicio, empieza la mejor película de la historia (de las mejores diremos, que no me gusta evangelizar con «la mejor»o «la número uno»).
Como viene siendo habitual, mis críticas cinematográficas no las hago desde el punto de vista, valga la redundancia, cinematográfico. Sino que más bien me gusta contar qué siento al verlas, lo que me dicen, me recuerdan o me inspiran. Y ésta en concreto tiene una historia que me encanta.
Hace muchos años, pero muchos muchos ya, apareció un día mi padre con, creo, las dos primeras películas compradas en VHS en mi casa (los usos crean leyes, y de ahí me vino a mí la costumbre de seguir comprando películas desde entonces).
Una era de esos clásicos que ya había visto más de una vez, Qué bello es vivir.
Pero la otra era una que no me sonaba de nada.
Según la cogí vi que estaba dirigida por John Ford – «Me llamo John Ford. Hago películas del oeste»–, y protagonizada por John Wayne. Por lo que automáticamente pensé que iba a ser un western que se llamaba The Quiet Man.
Pero no. Y mucho mejor que no fuese así.
Porque si no nunca hubiese conocido el sitio al que si pudiese, me iría a vivir el resto de mis días. Y ese no es otro que INNISFREE.
Qué mejor sitio que aquel para mi nueva afición de escribir a máquina, estando al mismo tiempo en paz con el mundo.
Viviría en «Dulces Mañanas«, rodeado por verdes prados. Y me iría a tomar unas pintas al pub de Cohan, para entablar charlas que se prolongasen hasta altas horas de la noche con el comandante Forbes o con Michaleen Flynn, quien seguro tendría la garganta seca.
¿De qué se hablaría? Pues de lo que fuese menester, que para eso nada mejor que unas cervezas para abrir nuestras almas y dejar que ellas hablen por nosotros.
Por supuesto dedicaríamos nuestras más bellas palabras a las bellas mujeres que allí viven, como Mary Kate Danaher –que encarnó como nadie Maureen O’Hara, la mujer más bella que se ha visto en una pantalla de cine, y quién mejor ha vestido un Tam o’ Shanter y una chaqueta de tweed–. Con quien podría revivir una y otra vez la escena más romántica de la historia, bajo la lluvia irlandesa.
Aunque de esto no se puede enterar la viuda Tillane, que no le gusta que hablemos de mujeres en la taberna.
Pues todo ello lo retrató como sólo él sabía hacer, John Ford. Diseccionando la vida de un humilde pueblo irlandés en el que se congregaban todo tipo de personas y personajes que hacen de la película algo muy coral. Y es que aunque todo gira en torno al campeón Thorn –»un hombre tranquilo y pacífico»–, yo no me atrevería a dejar fuera a ninguno de los habitantes de Innisfree.
Así que espero que quién no la haya visto, no pierda ni un segundo en hacerlo, porque como a mí, puede que le marque un antes y un después en su vida.
Diremos que es un film «Impetuoso. ¡HOMÉRICO!
Besos para ellas y un abrazo para los demás.
Se os quiere y lo sabéis.
P.D.: Papá gracias por habernos enseñado tantas y tantas cosas como ésta, que es la mejor herencia que nos pudiste dejar.
*Transcripción (casi) exacta de este texto, por cosas del señor SEO
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