LA PUERTA DE LLEGADAS DEL AEROPUERTO DE HEATHROW
Al comienzo de Love Actually se oye la voz de Hugh Grant decir «Siempre que me siento pesimista, por cómo está el mundo, pienso en la puerta de llegadas del aeropuerto de Heathrow».
Llevo unos cuarenta días recorriendo un camino que no hago con gusto, así que cada uno de esos días intento buscar mi propio Heathrow. Y he descubierto que hay un sitio igual de feliz para mí: El patio del Sanjo.
Bien a la hora del recreo, bien a la salida de clase los viernes, o incluso viéndolo vacío y pensando en la de gente que ha pasado por allí, recorrer la manzana circunscrita por Cardenal Mendoza, Maldonado, la calle Merced y la calle Reyes, es un proceso de regeneración emocional.
Oír a los niños gritar, verlos correr, libres de preocupaciones, de obligaciones serias, es una auténtica maravilla. Es una manera de alegrarme, de manera indirecta, a través de la empatía.
Más aun en estas fechas cercanas a la Navidad en la que se respira un aire de vacaciones que no se puede aguantar. Las de verano serán más largas, pero las navideñas son más importantes por todo lo que conllevan.
Siempre cuento que mi último año en el Sanjo fue de los mejores de mi vida. Lo recuerdo de manera muy nítida, y guardo de él muchos recuerdos que aún palpitan con fuerza en mi memoria. Y las Navidades de aquel curso, lo tuvieron todo.
Éramos muy felices, aunque a veces pensásemos que no.
Apenas había ausencias, muy pocas responsabilidades, mucha diversión, y ya teníamos la edad suficiente para disfrutar mucho del día –y más aún de la noche sin pagar el alto precio que pagamos según avanzan los años–. Nuestro día a día rodeado de amigos y compañeros era nuestro propio y tangible «Elige tu propia aventura». En tus manos estaba el crear las vivencias que te iban a ir formando como persona, en un tiempo en el que todo aquello que hacías imprimía carácter de manera indeleble. Y marcaba. Marcaba como el hierro candente a una res.
Quizá sean estos recuerdos, que se reproducen en mí de manera inconsciente al pasar por delante del colegio, los que me elevan el tono vital.
Quizá sean mis ganas de retornar a esa cotidianidad que veo a diario, a veces tan infravalorada y que es tan apreciada cuando se pierde, lo que hace que busque las fuerzas necesarias para seguir día tras día arrimando el hombro.
O quizá sea el saludo que hago a la Virgen cuando paso, «Virgen del Colegio, rogad por nosotros», tocando la fría piedra de las paredes que le dan resguardo y cobijo, lo que me dé la calidez que busco.
Sea como sea, e independientemente de cómo haya sido el día, paso por allí y realizo la misma liturgia.
Y, vez tras vez, salgo de allí con una sonrisa en la cara, en un momento en que sonreír no siempre es fácil.
Besos para ellas y un abrazo para los demás.
Se os quiere y lo sabéis.
Comments (2)
Me encanta este post en el que tan bien describes aquella época… ¡Qué nostalgia! Te mando un beso enorme, que veo (leo) que están siendo semanas difíciles.
¡Muchísimas gracias, Palo!
Tiempos complicadillos, pero que pelearemos por superarlos.
¡Un beso!