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Z era muy introvertido, y nosotros unos auténticos cabrones de 12 ó 13 años.

Últimamente me acuerdo mucho de él.
Tuvo que tener una adolescencia muy difícil, porque era un buen chico y nosotros no.
Parece mentira que a esa edad pudiésemos hacer daño de esa manera, inconsciente pero real.

Poco sabíamos de su vida más allá de que era mayor que nosotros, tenía una cazadora de piel gris, y una cartera que llevaba a modo de bandolera.

Cada día, al salir de clase, se iba a paso muy acelerado hacia su casa. Entre otras cosas para evitar las malvadas burlas de aquellos muchachos increíblemente injustos con él, que le juzgábamos por la leyenda que afirmaba que su olor corporal era más fuerte que el del resto –en una edad en la que precisamente nuestro aroma, el de ninguno, era nuestra más destacada cualidad–.

En aquella época yo era delegado de curso. Casi siempre lo fui, la verdad.
Y ahora que lo pienso, de forma inmerecida dada la poca empatía que tuve con él, por ejemplo.
Sí, en clase de educación física era mi “pareja de baile” porque nadie más lo quería ser, y el profesor me pidió ese pequeño favor.
Pero eso no era suficiente.

Si hubiese sido un buen delegado, tendría que haber conseguido que se integrase con el resto, al igual que lo estaba yo. Y que el respeto hacía su persona fuese el mismo que me tenían a mí.
Nunca lo conseguí. Me preocupaba más ser popular, buen deportista y sacar unas notas lo suficientemente sobresalientes como para seguir con mi vida distraída, sin ser considerado un empollón.

¿Sus padres lo sabrían? ¿Se lo contaría, o quizá prefirió seguir con aquello guardado en un cajón, esperando simplemente que el tiempo pasase?

Me imagino que esos años le marcaron mucho, y no para bien precisamente. Porque aunque el ser humano es fuerte, hasta la roca más dura se desgasta con el continuo golpeo que hace sobre ella una simple gota de agua.

Cada vez que me viene a la mente, me pregunto qué será de él. De su vida.
¿Tendrá mujer? ¿Hijos? ¿Tendrá un buen trabajo?
Quién sabe… Sólo espero y deseo que, haya pasado lo que haya pasado, sea feliz.

Así que por él, y por todos los “Zetas” del mundo, pido perdón públicamente por no haber sido como debería en su momento. Por no haber sido lo suficientemente independiente como para dejar de hacer el juego a la mayoría.
Lo siento de verdad.

 

Besos para ellas y un abrazo para los demás.
Se os quiere y lo sabéis.

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