HIJOS DEL VIDEOCLUB
Pasé años de mi infancia y adolescencia recorriendo las estanterías de los videoclubs.
En concreto aquel que había en Marina Escobar, de nombre Videotel, y que acabó convertido en una repografía. Grandes personas sus dueños, por cierto.
Por ese y por el que hubo en Miguel Íscar. Algunas veces también por el de Hoyman cuando las películas las iba a ver a casa de mis primos. Y por el fantástico que tuvo durante unos años El Corte Inglés, y cuya oferta 3×3 me salvó varios veranos en la ciudad, allá por los primeros 90.
Alquilar una película requería de su propia liturgia y una cantidad importante de tiempo.
Aquello no era ir a coger lo primero que vieses, no. Todavía le dábamos valor al dinero, y elegíamos bien en que nos íbamos a gastar una parte de la propina.
Entrabas allí como entraban los niños por la ya desaparecida puerta pequeña de Imaginarium, y ver colgando de su gancho la ficha que acreditaba la disponibilidad de la película que llevabas semanas esperando alquilar era un placer indescriptible; ya fuese El Imperio contraataca –que tuve que ver en Madrid porque aquí me fue imposible alquilar– o Los guerreros del Bronx –cuyo arte de la portada nos hacía pensar que era la elevación a la enésima potencia de la trilogía de Mad Max, cuando no dejaba de ser una serie B italiana de las muchas que copaban las baldas–. ¡O las de Ninjas! Éxito asegurado si había uno en la cartela.
Tener todo «aquí y ahora» nos ha privado de grandes sensaciones como ésta. La «barra libre» de hoy en día en las plataformas ha hecho también que menospreciemos la gran parte de lo que vemos, si es que lo vemos cuando no está simplemente de fondo mientras ojeamos otras cosas en el móvil.
Pues yo, en mi continuo retroceso en el tiempo, me he dispuesto a recuperar aquello. Y a falta de Videotel, he decidido que es momento de tener mi propio videoclub.
Así que, tras haberme desecho de más de 400 cintas en un momento determinado de mi vida, con gran fluidez están volviendo a entrar por la puerta de casa otras tantas.
Con ciertas condiciones, eso sí. Busco películas que no llegaron a DVD, o cuyos doblajes cambiaron radicalmente. E incluso busco películas que no he visto, y que he decidido que en VHS sea la manera de verla por primera vez, como antaño. Las quiero en aquellas fundas gordas semi acolchadas, si existen, Si no, en caja grande. Y si eso tampoco fuese posible, pues me hago de cruces y que vengan con tutú y bolso si fuese necesario, y la película lo mereciese.
Por supuesto las veo. Y no como algo que está puesto de fondo como si fuese una chimenea en los días de frío, no. Me preparo bien para verlas, y dispongo del tiempo que dura la película para que nada la interrumpa. En esto ya tengo práctica, porque lo hago con bastantes más cosas desde hace tiempo.
¿Que la calidad es ínfima en la mayoría de los casos? No lo voy a negar, pero los ojos se acostumbran. Y más cuando ha sido algo que ya han experimentado. En cambio esa extraña sensación de grandes momentos todo lo compensa. Hay que alimentar el alma, tan famélica últimamente, y ésta me ha parecido una manera de lo más entretenida.
Además, y a los que os gusta la cacharrería como mí, ¿alguien me puede decir que hay más perfecto, mecánicamente hablando, que un VCR?
Por supuesto me he hecho con unos cuantos, por si acaso. ¡Quién sabe cuándo va a hacer falta más de uno!
El videoclub. Ese lugar sacrosanto en el que podías encontrar la felicidad por un módico precio.
Que aunque no fuese mucho (o sí) era lo suficiente como para darle suma importancia a las pequeñas cosas que conformaban nuestro día a día, y no dejarlas pasar por alto como sucede ahora en el mundo de la inmediatez.
Besos para ellas y un abrazo para los demás.
Se os quiere y lo sabéis.
Comments (4)
Yo también recuerdo ir al Videoclub con mi madre, eso ya formaba parte del protocolo y posterior disfrute de ver la peli, ¿verdad? Y tienes razón, mientras mirábamos la pantalla (de la TV) no había nada más que nos distrajese! Me gusta tu nuevo hábito, mantennos informados.
Palo.
Todo era parte de la misma liturgia, eso es. Y con el tiempo lo hemos apreciado como es debido.
Mis hábitos empiezan a ser una chaladura tras otra, pero bueno, cada cual se entretiene como puede y le dejan. Y de momento, hasta que no tenga espacio en casa, seguiremos (aunque como he dicho alguna vez, por qué no me daría por coleccionar soldaditos de plomo en vez de cosas grandes…).
¡¡Un beso, Palo!!
Yo llegué tarde al videoclub… Mi padre no quiso comprar un vídeo durante muchiiiiiísimo tiempo, sin dar ninguna razón. Un día llegó con él y unos años ,más tarde, enseñando un armario enorme con una colección de vídeos ingente, nos dijo: ¿veis por qué no lo quería? Porque esto es un no parar. 😀 Luego gracias al DVD y después de oír las quejas, un día sí y al otro también, de mi madre por tener el cuarto de estar como una videoteca “con esos vídeos horribles”,, se deshizo de ellos y hoy en día tiene una colección de pelis (muchas incluso grabadas de la tele) que ya la quisiera la filmoteca nacional, jajajaja. Todo buen cine, no le sobra ni una, del de antes.
Tienes razón, ahora hay días que me puedo ver tres películas en un día y luego no sé ni lo que he visto ni me acuerdo de nada…
Bonito Post… como siempre!
Besos!
¡Hombre sabio tu padre!
Tres días mal contados llevo adquiriendo VHS, y más de 60 tengo ya.
Eso sí, en mi colección, y en parte esa es la gracia, sí tengo auténticos bodrios típicos de videoclub.
Un beso, Evita