VIAJE DE PLACER
«Se vende billete de tren. Incluye…»
Me encanta el nuevo anuncio de Renfe que empieza con esta frase, en la sugerente voz de Nawja Nimri (mi musa durante algunos años).
Y me encanta porque lo que cuenta es lo que yo siento al montarme en un tren.
Es el momento en el que dispongo de tiempo para mí. Si quiero, nada me podrá perturbar. Ni siquiera ese pasajero que hablando por teléfono se ha propuesto ejercer de pregonero de su propia vida, pensando que sobre lo que habla es tan importante que el resto del vagón tiene que enterarse de ella.
Si el viaje es corto, lo más probable es que simplemente lea la prensa, mientras escucho música, para así hacer más dulces las amarguras que suelen contar las páginas de los periódicos.
Si el viaje es largo, se abre un abanico de posibilidades inmensas.
Me gustan los viajes largos, justamente por eso. Te asignas en la agenda una reunión de varias horas contigo mismo.
Recuerdo una vez, volviendo de Comillas, que el tren se paró nada más salir de Torrelavega. Creo que estuvimos más de una hora parados, y casi os podría asegurar que era la persona más feliz de ese tren. Por no decir, además, que era la única que no estaba enfadada.
Eso sí, puntualicemos que para que se pueda disfrutar a gusto de ese tiempo, es necesario no tener prisa ni a nadie esperando en el andén tu llegada. Porque si esto fuese así, el paraíso pasa a convertirse en el averno.
En ese tiempo puedes leer, escribir, pensar, meditar, soñar… Crearte tus propias aventuras, y también las de los demás.
Porque no me digáis que ninguno habéis ideado una imagen en vuestra mente de todos aquellos compañeros de viaje que abarca vuestra vista. De cómo serán, a qué dedicaran su vida, si esconderán algún secreto inconfesable o alguna habilidad increíble.
Tengo especial cariño a otra forma de viajar en tren, que la verdad ya no hago de manera muy habitual, y que es viajar en familia.
Durante muchos años, como creo que ya os he contado en alguna ocasión (exactamente en ésta), pasaba con mi familia la Nochevieja en Madrid. Y no recuerdo muy bien por qué, pero uno de esos años, fuimos mis padres, mis hermanos y yo, en tren. En ese Tren Articulado Ligero Goicoechea Oriol rojo y aluminio, gloria de la ingeniería española, en el que tan cómodo se viajaba.
Bueno, pues ese viaje lo recuerdo como una de mis experiencias vitales. Puede que fuese la primera vez que viajaba en tren, la primera vez que veía Chamartín –que me pareció poco más o menos que la Grand Central–. Y además lo hacía con mi familia. ¡Qué más se podía pedir!
De verdad, tengo ese recuerdo como uno de lo mejores de mi vida. La preparación del mismo, esperar la llegada de ese espectacular tren al anden, el viaje en sí mismo… Lo cual demuestra que de nuevo no es más feliz quién más tiene, sino quién menos necesita.
Así que ahora entenderéis por qué me gusta tanto viajar en tren siempre que puedo. De hecho, creo que hubiese sido feliz haciendo el recorrido entero del Orient Express. Con todo su glamour, con toda su historia, con todo su misterio.
Besos para ellas y un abrazo para los demás.
Se os quiere y lo sabéis.
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