HORA PUNTA EN EL METRO

HORA PUNTA EN EL METRO

HORA PUNTA EN EL METRO

Por motivos obvios, dictados por un calendario impenitente, no pude disfrutar del Madrid de los primeros 80, más allá de patearme sus calles de la mano de mis padres.
No viví la, tan cacareada, Movida Madrileña en ninguna de sus versiones.
Pero ayer, y gracias a José María Granados, y su grupo, Mamá, me hice una ligera idea de lo que fue.

No sé cuál es el fin último de los bonos de RENFE, pero desde luego a mí me ha servido para quitarme la pereza para coger un tren a cualquier hora, de cualquier día, y plantarme en esta ciudad que tanto me gusta, en poco más una hora.
A veces vengo a trabajar. Otras a descansar. Puede que venga simplemente a hacer unas fotos y tomarme unas bravas. Y algunas. como ayer, a la llamada de la familia Granados para ver en concierto a uno de sus ilustres miembros.

No era, e incido con vehemencia en la forma verbal pasada, un gran fan de Mamá. No pasaba de su dos o tres hits hiperconocidos.
Pero puedo afirmar que, desde ayer, ya lo soy.

A falta de escuchar sus letras con más calma y detalle, y simplemente viendo la reacción de los que me rodeaban, supe que el grupo que estaba frente a mí era de los míos.
Ver a gente que pasaba los 50 con facilidad, saltar, brincar  y cantar, como los adolescentes que fueron (y que eran de nuevo en ese momento), es la señal inequívoca de la verdad que transmite Don José María con sus canciones. Me los imaginé con una porción de años menos, en cualquiera de los bares que crearon la historia del mito madrileño durante los primeros años de democracia, viviendo esas vidas adolescentes que tan felices nos hace recordar.
Eran chicas y chicos de colegio que se habían conocido en la fiesta de anteayer. Y que a pesar de haberse dado el número equivocado, se iban a cruzar a la hora punta en el Metro –quién sabe si en la boca de la Glorieta de Bilbao–.

Y el primero de todos ellos, el frontman.
La cara del «Tío Cachete» era felicidad en su grado más puro. La cual proyectaba de manera magnifica a los numerosos fieles que allí estaban –estábamos–, haciéndonos partícipes de ella. Felicidad por ver a sus hermanas, a sus sobrinos, a sus amigos, y a muchos otros, que sin nombre, quisimos ser parte de aquello.
Permitidme una pequeña apreciación personal, que si no es cierto, ruego me disculpen. Se emocionó mucho en determinados momentos, más incluso que los que le mirábamos embelesados. Emoción surgida de lo más profundo de sus meninges al ver la herencia que, de forma anticipada, ya ha dejado a una generación entera en forma de canciones, himnos muchos de ellos.
¡Qué mejor puede haber que saber que tu legado se va a transmitir gracias a tu música!
Mientras escribo esto, hasta yo mismo me estoy emocionando simplemente de pensar cómo tiene que ser esa sensación.

Si a todo esto le añadimos la compañía con la que tuve el placer de vivirlo, el plan se convierte en uno sin ninguna fisura.
Hace unos meses dije aquí que tenía que recuperar mucho del tiempo que no pude disfrutar con los que son mis amigos. Y el de ayer es otro paso más para terminar de horadar ese camino.
Que me hayan dicho esta mañana «parece que has estado siempre», me hace pensar que lo estoy haciendo bien. Sin prisa, pero sin pausa.
¡¡Por muchas noches más como la de ayer!!

 

Besos para ellas y un abrazo para los demás.
Se os quiere y lo sabéis.

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