LA CASA DE TODOS

LA CASA DE TODOS

LA CASA DE TODOS

Paseo entre las calles observando. Observando las gentes que las transitan y los edificios que le dan forma.
Mientras lo hago, intento recordar mis conocimientos en arquitectura –que pasaron de ser dignos a ser propios de 1º de la Nada–. Ni estilo, ni autor, ni época en la que adscribirlos. Un desastre, pero sin mayor valor del que tiene, que es poco.

Sin embargo, y no con cierta pena, también me doy cuenta de que algunos de esos edificios, otrora importantes por lo más diversos motivos, que ya no significan nada para mí. Los que antes los habitaban ya no están. Ya no hay lazo de unión que me una a ellos.
Y me entristezco al pensarlo. En algunos casos más de lo que debería, por lo que me trae a la memoria.
Empiezo a no recordar esos lugares con las personas que los habitaron dentro de ellos. Sufro de presbicia neuronal.

Por eso, y quiero pensar que hasta ahora no lo había procesado así porque no había tantas ausencias en mi vida, me siento tan cómodo en la Iglesia Penitencial de Nuestra Señora de Las Angustias cuando voy. Es mi punto de anclaje perpetuo. Mi cimiento vital para saber de dónde vengo, dónde estoy, y a dónde voy.
Porque Las Angustias siempre la recuerdas ahí, en su sitio Con las puertas abiertas y dispuesta a recibirte cuando lo necesitas. Siempre ha estado, y siempre estará. Con vida propia, al igual que tú y que yo.
Sus gentes vamos cambiando. Pero mientras esto sucede, ella nos sirve a todos de escenario en el que disfrutar los designios que nos han tocado a cada uno.

Cuando estoy dentro pienso en los que estuvieron antes que yo desde muchos siglos atrás. En qué hicieron, qué vivieron, cómo se comportaron. Ellos ya forman formar parte de su historia, y yo tengo la obligación de perpetuarla haciendo la mía propia. Es obligación hacerlo, como pueda, como sepa y como me dejen. Intentando mantener su lustre y evitando que el cardenillo apague su brillante pulido.

Y eso se consigue conviviendo.
De manera natural con los que allí, y de manera excelsa con los que vienen de paso. Porque no hay nada mejor que ejercer de anfitrión, de hacer de tu casa la casa de todos. De manera orgullosa, pero a la vez discreta. Sin dar importancia al hecho, pero a la vez sabiendo que esa labor es fundamental.

En los tiempos en que todo está enfocado a entes invisibles de los que buscas su «like», qué sano es mirar a la cara a tu interlocutor. Qué sano es verlo sonreír, y más al pensar que puedes ser tú quien le ha llevado a ese momento de felicidad. Ese apretón de manos, ese abrazo. Es guiño complice o esa medio sonrisa pícara.

 

Sigamos haciendo historia.
Porque es deber y obligación. Es punto de partida y punto final. Es la vida, en definitiva.
La mía. La nuestra. La de todos.

 

Besos para ellas y un abrazo para los demás.
Se os quiere y lo sabéis.

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