REGALANDO RECUERDOS

REGALANDO RECUERDOS

REGALANDO RECUERDOS

Después de 27 años de haber dicho adiós a la copia original, hace unos días compré el single de Hombres G de Devuélveme a mi chica (con la primera versión de Nassau en su cara B).
Y según me puse a escucharlo, pensé en qué sería de aquella primera copia.

¿Aún la tendrá su dueña, a quien con tanta ilusión se la regalé? ¿Alguna vez la pondrá en su tocadiscos, y se acordará de aquellos tiempos tan buenos en los que tanto nos quisimos?
Espero y deseo que, aunque sólo sea de forma cariñosa, así sea.

Porque para eso hacemos regalos, para que se acuerden de nosotros.
En ellos depositamos una parte de nosotros mismos. Con ellos queremos transmitir amor, cariño, amistad, respeto, celebración…
Son una manera de decir qué significa para nosotros la persona a quién se lo damos. Unos marcapáginas de nuestra vida, que nos llevarán automáticamente al momento en que los recibimos –si hemos sido los afortunados «recibidores»–. O en que los dimos –si como en el caso que me ha venido a la mente, fuimos los «dadores»–.
Son un «Esto eres tú para mí«.

Los regalos tienen tanta fuerza emocional que, a pesar de los años que pasen, recuerdas perfectamente a quién se lo diste, cuándo, dónde y por qué. Serían, junto con canciones, una estupenda linea argumental que seguir, si algún día quisieras hacer un recordatorio de tu vida.
Y es que, ya sea para bien o para mal –no todos los regalos que conservamos tienen detrás una historia feliz–, son muescas en la culata de nuestro revolver. Son nuestras particulares, y perdón por el manido recurso, Magdalenas de Proust.

Y lo mejor es que estos regalos no tienen que ser bienes de gran valor material, no. Es más, creo que cuento menos valgan, más valor sentimental tendrán y más significarán.
Guardo notas que valen más para mí que cualquier pergamino de la Biblioteca de Alejandría. Conservo flores de plástico que para sí hubiese querido los mismísimos Jardines colgantes de Babilonia. Pulseras de hilo hechas por las manos de aquella chica que me volvió loco, que ni el mejor de los tapices flamencos les harían sombra.

Además ahí reside el secreto de un regalo. Vale más el quién o el por qué, que el qué.
Quién sabe si lo que en un primer momento fue algo sin aparente importancia, se convierte, con el paso de los años, en un pieza maestra de tu existencia. Puede que, sin querer, estéis dando –o recibiendo– lo que pueda convertirse en el primer paso de algo que marque tu vida.
O, sin ponernos tan profundos y melodramáticos, en algo que simplemente haga esbozar a alguien una sonrisa complice al acordarse de nosotros, una tarde cualquiera, al abrir un cajón.

Al fin y al cabo, ese hemos dicho que era el objetivo, ¿no?

 

Besos para ellas y un abrazo para los demás.
Se os quiere y lo sabéis.

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