TREINTA Y SIETE AÑOS DESPUÉS

TREINTA Y SIETE AÑOS DESPUÉS

TREINTA Y SIETE AÑOS DESPUÉS

Treinta y siete años no se pueden condensar en un día, por mucho que pareciese que todo ese tiempo no había pasado, y que no hiciesen falta más que unos segundos para sentirnos cómodos los unos con los otros.
Eran muchos años para tan pocas horas.

La llegaba a La Granjilla fue extraña. Aquellos alrededores no eran los míos. No había valla, no había prado, no había vacas. Pero una puerta sí me sonaba.
Entré, vi el portal 6 que siempre nos había recibido a todos, y me quedé un poco impávido. No tenía claro qué sentía. Pero, ay amigo, la cuesta…La última vez que la bajé no sabía que iba a tardar tanto tiempo en volver a pisarla.
Mi espalda se erizó como la de un gato que se pone a la defensiva. Un tremendo escalofrío recorrió mi cuerpo por completo con la esperanza de reiniciar a ese ser humano que se había quedado en estado de semi petrificación.
Y las primeras caras conocidas bajaban a recibirme (recibirnos) como tantas veces otrora.

Subida la cuesta, mi hermano grita «Por mí y por todos mis compañeros», mientras toca la farola que era «casa» –antes blanca, ahora grafito, como indicando que el tiempo pasa para todos, por más que aquella urbanización sea un poco la guardiana de ese tiempo, dado lo bien que le ha tratado–.

Más caras amigas, más abrazos, y las primeras madres, que no son las de Plaza de Mayo, pero que estoy seguro que lo hubiesen sido si los hijos hubiésemos sido nosotros.
En ellas sí que está la verdadera esencia de todo lo bueno que aquello fue para nosotros.  Esa esencia que hicieron crecer en nosotros, y que ahora guardan y miman.
¡¡Y Alonso!! Que apareció como representante de esos padres que tuvieron un poco más de prisa en ir haciendo camino hacía el más allá, y que ahora cuidan de nosotros desde arriba.

El portal 4. El mío. Foto mal hecha a la que fue mi terraza para mandársela a mi madre, y poco más que hacer en ese momento.
Tanto no se puede remover el interior de uno, por si afloran demonios indeseados de esos que habitan en nosotros.

Tocaba ver lo demás. Había que volver a convertirse en niños durante un rato.
Sentarse debajo del árbol grande. Buscar el apoyo en la tapia para saltar a la arboleda. Ver el pasadizo secreto. La pista de tenis, con actividad tantos años después. Comprobar que el banco oscuro del que hablaban los mayores no era un mito. La piscina, el cuarto de las bicis…

Qué de grandes momentos guarda aquello. Momentos que son vivos y perennes.

Y al pueblo.
O por lo menos a la parte del pueblo vetusta, y que fue la que nos vio crecer.
Había mucha novedad, pero ahí estaba El Titi. Que tras no recordarlo en un principio, fue ver el cartel que aún lo anuncia –aunque ya no esté–, y traérmelo al hoy. Y La Única, que también quiere ser monumento histórico del municipio.
El kiosko de la Aquilina aún se ve si entornas levemente ojos y dejas correr un suspiro la imaginación…

Las horas siguientes demostraron que el ser humano, por más que quiera empeñarse a veces, es social. Y tiene tendencia a vivir y convivir con otros como él. Creando así nuevas vivencias y experiencias.
Mucha gente y poco tiempo. Mucho que contar y escuchar, pero sólo una boca y dos orejas. Se hizo lo que se pudo, aunque nunca será suficiente en días como el de ayer.

Hubo un momento que me aparté un poco y me quedé mirando lo que allí había, sintiendo una gran alegría al ver lo que se había logrado con el esfuerzo y las ganas que pusimos todos.
Fue muy bonito verlo (y sentirlo). En verdad os lo digo.

Y con el paso de las horas fue llegando ese final que nadie quería que llegase. Pero es ley de vida.
Despedidas que espero que sean el preludio de muchas nuevas bienvenidas.
Edu buena idea esa revisita, a la que fue nuestra casa de verano, con nocturnidad y mucha alevosía, antes de marcharnos. Fue la grandísima guinda de un pastel, ya de por sí, grande.

La deuda que La Granjilla tenía conmigo, y yo con ella, ha menguado un poco. Pero tengo le intención de cobrarme hasta el último céntimo.
No puedo por menos.

 

Besos para ellas y un abrazo para los demás.
Se os quiere y lo sabéis.

 

P.D.: Bego y Belén. Belén y Bego. Una morena y una rubia, hijas del pueblo de Madrid. Siempre seré vuestro chico si me dejáis. Hay cosas que no cambiarán por mucho que pase.

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