UNA MAÑANA DE SÁBADO EN VALLADOLID
Hace ya una porción generosa de tiempo, porque en mi vida ya nada ha sucedido ayer, escribía un relato de ficción situado en La Rochelle (lo podéis leer aquí).
Bueno, pues resulta que mi mañana de sábado, con ciertas salvedades, fue igual a la de mi relato de ficción.
Marcel, el dueño de la tienda discos, se convirtió en la web alemana Recordsale. La Tosca fue sustituida por una serie de ediciones japonesas de los vinilos Time Out de The Dave Brubeck Quarter y Somethin’ Else de Cannonball Adderley. Y la copita de Pernaud por un café con leche en vaso termo, por no beber te con unas gotas de whisky que era lo que pedía el momento. Pero…
Tras una semana de lo más intensa, incluidas grabaciones en Madrid y Valladolid, y vendimia nocturna en Rueda, llegaba al viernes con la lengua fuera. Producto, sin duda, de mi escasa –por no decir inexistente– forma física. Así que había decidido regalarme la mañana del sábado para mí y mis nuevas adquisiciones musicales.
Encendí el amplificador y el previo de phono. Bajé las persianas lo suficiente para dejar la habitación con la luz justa. Situé el respaldo de la silla en una posición que me permite recostarme lo justo para poder poner las piernas en alto. Y empecé a preparar la sesión musical que tenía por delante. A los ya mencionados Time Out y Somethin’ else le acabé sumando Revolver de The Beatles y The Joshua Tree de U2. Amén de algunas piezas sueltas que suelo usar para calibrar el equipo como Bohemian Rhapsody o So what.
Y es que si hay algo que puede igualar a cantar una canción junto con tus amigos, a grito pelado, en un coche, es casi lo contrario. Escucharlo en completo silencio, con los ojos cerrados, en una posición cómoda, y sin nada que te moleste alrededor.
Placeres ambos, a la vez tan lejos el uno del otro y a la vez tan cerca. Y es que la música no viene con manual de instrucciones y se puede vivir y sentir de distintas maneras, en distintos lugares, y de distintas formas.
Reconozco que ahora mismo estoy a mitad de camino entre melómano y audiófilo.
Junto a mi ya expuesto hasta la saciedad gusto por la música y lo que me hace sentir, ha empezado a crecer en mí una búsqueda exhaustiva por la definición perfecta del sonido que sale de los surcos de un disco. Parece mentira la de cosas que se escuchan en una grabación cuando no nos conformamos con oír la música a través de Spotify en un altavoz bluetooth comprado en Lidl o en esos auriculares que «suenan igual que los AirPods, y me han costado 20€«.
Y así transcurrió una mañana cualquiera de sábado de septiembre que no era ni fría ni caliente. Con un sol no más luminoso que cualquier otro día. Y conmigo ni más feliz ni más triste que en otras fechas. Quizá más cansado, pero también más satisfecho. Y con unas ganas inmensas de disfrutar de la vida que me toca vivir, que para eso es mía y de nadie más.
Besos para ellas y un abrazo para los demás.
Se os quiere y lo sabéis.
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