NYC 03
Si de la multiculturalidad hablamos muy a menudo, no la había vivido en primera persona (ya os he dicho que soy un ratón de biblioteca, y de los sitios sé por los libros).
Pero ayer empecé a poner remedio a esa situación. Y ya no por haber realizado un tour en el que ves casi de todo (y de seguido, como un chotis), sino porque comprendí cómo es la convivencia –independientemente de tu color de piel, creencias religiosas o condición social– entre las personas. Y lo importante que es respetar a los demás en vez de sólo exigir lo mío.
Esa, y no otra, debería ser la máxima de cualquier reivindicación. De nada me vale pedir que se respeten mis derechos si no asumo siquiera una de mis obligaciones para con el prójimo.
Deberíamos pensar más en esto, justo en este momento en el que tan de moda esté pedir o exigir –casi obligar– que todos bailen sólo al ritmo de unos pocos.
Vale que estoy en una ciudad en la que precisamente los nativos no están (y si están no se les ve). Y que lo que abundan son “fundadores”, cada uno con su parte de razón para aseverar dicha afirmación. Pero a priori veo que esa convivencia se realiza de forma cordial.
Aclaro que no he vivido los años de la segregación racial. Los años duros (más) del Bronx. O los casi igual de duros de Harlem. Así que sólo hablaré del ahora.
De nada me vale juzgar con los ojos de hoy lo ocurrido ayer. Sería un sinsentido.
Así que bajo esta premisa puedo decir que me parece que la cordialidad, o por lo menos el respeto, se respira. Independientemente de que en todas las casas cuecen habas.
Me dispongo, en este momento, a ir a presenciar una misa gospel. Momento en el cual, además de poder oír cantar alabanzas a Dios Padre, aprovecharé para dar las gracias –al mismo Dios al que le están cantando– por todo lo que me está permitiendo vivir estos días.
Y lo haré con profundo respeto, y haciendo uso de la cordialidad con la que espero que reciban a este “pobre católico”.
Besos para ellas y un abrazo para lo demás.
Se os quiere y lo sabéis.
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