DESAYUNO CON… ¿DIAMANTES?
Sí, el otro día vi por enésima vez la película que lleva casi el mismo nombre que el título de este post.
Al inicio de la misma se le ve a ELLA –en el papel de Holly Golightly– bajando de un taxi frente a Tiffany & Co., como parada previa antes de llegar a casa, tras una larga noche.
Va impecablemente vestida, y desayuna un café con una pieza de pâtisserie. Observa plácidamente el escaparate de su lugar preferido del mundo. Ese lugar que le hace sobreponerse a sus «días rojos».
Vamos, igualito que todos los que salíamos ayer de una conocida discoteca de la ciudad… Creo que lo único en común era el sol saliendo, y que algunos, previsores ellos, iban con las gafas de sol puestas también.
Aquí es que somos más de ir apurando los últimos tragos de la copa en un vaso de plástico, mientras nos dirigimos a desayunar un pincho de tortilla rellena o unos torreznos, en esos templos de los desayunos dominicales que todos conocemos.
¿Cómo habría ambientado el señor Truman Capote su novela de haber elegido Valladolid como ciudad donde se desarrollan los hechos? ¿Nuestra Holly igual se pararía en el escaparate de Ambrosio Pérez?
Yo más bien le haría pararse, camino de casa, en el escaparate de Cubero. Mucho más típico, con sus monumentos hechos de azúcar.
Y es que esa «realidad inventada» hollywoodiense queda muy bonita. Pero nosotros somos más prosaicos.
Somos más de apurar el último pitillo en la puerta de la discoteca, mientras decidimos si nos vamos a casa, a desayunar, o a La Latina –cosa a veces complicado de dilucidar si estás en la siempre agradable compañía de mis queridas Gemeliers y Miss Centolla, que no tienen fin y se han propuesto acabar con quién aquí suscribe–.
Mientras esto sucede, el día avanza de tal manera, que un fulgente amanecer te empieza a cegar. Lo cual puede que te acabe obligando a irte a casa por miedo a que ese sol pueda convertirte en la primera persona del mundo que llega a casa morena tras haber salido por la noche.
Que lleves el cansancio acumulado de toda la noche, junto con el de toda la semana, puede hacerte entender que lo mejor que podías estar haciendo a esas horas es dormir. Puede que incluso sepas de sobra que esa última copa que estás a punto de tomarte, te haga levantarte con tal clavo en la cabeza que haga del domingo el peor día de la semana con más motivo aún.
Pero por nada de este mundo cambiarías esos momentos en los que se forjan amistades más fuertes que el propio diamante. Momentos en los cuales se llegan a enunciar teorías más irrefutables que aquella que asevera que 1+1 son 7 (quién me lo iba a decir). Momentos que han visto nacer amores más intensos que el de Don Juan y Doña Inés.
Así que, aunque lleguemos a casa pareciéndonos más a Cantinflas que a Audrey Hepburn (sobre todo en los andares), que nadie nos quite los cierres de los bares nunca.
Es algo que habría que hacer por lo menos una vez cada cierto tiempo –tomando como medida de «cierto» la disponibilidad de cada uno según sus circunstancias–. Dado que es una manera de sentirte vivo, enérgico, ¡Incluso joven!
No es ésta la manera más sana de conseguirlo, tampoco nos vamos a engañar. Pero peor me sientan a mí los productos lácteos, y no por ello dejo de comer de vez en cuando una cuña de queso.
Besos para ellas y un abrazo para los demás.
Se os quiere y lo sabéis.
Comments (2)
Grandes verdades!!!
De las que tantas veces hemos bebido… Digo, vivido!!!