A TRAVÉS DEL VENTANAL
«Siempre quise ir a L.A. Dejar un día esta ciudad. Cruzar el mar en tu compañía…»
Esto lo cantaba Loquillo, por primera vez, allá por el 83. Y luego toda España de nuevo, con ímpetu y desgarro, aquel verano del 89 en el que se publicó su versión en directo (sí, hubo una época en que las canciones del verano podían ser rockeras. Os lo prometo).
Bueno, pues si el Loco siempre quiso ir a Los Ángeles, durante un verano, por estas fechas, el loco fui yo. Y siempre quise ir a Madrid.
El motivo era claro: Conocer a Carolina Adriana Herrera, para, quién sabe, quizá cruzar el mar en su compañía.
Me «enamoré» perdidamente de ella tras leer una entrevista que le realizaron con motivo de su reciente traslado a la capital.
En ella explicaba sus motivos del viaje, los intereses que hasta este país le habían traído, así como los lugares que visitaba asiduamente, las salas de exposiciones a las que le gustaba ir, o sus restaurantes y bares preferidos.
Y como el que prepara sus ruta de viaje con guías, con esa entrevista preparé aquel viaje a Madrid.
Sé que suena raro esto que cuento, porque roza la obsesión y podría merecer una orden de alejamiento –y hasta a mí, su protagonista, me parecía extraño–. Pero ayer me dijeron las integrantes del Eje del Mal que ni mucho menos. Que era algo muy bonito, y que ese punto de locura y espontaneidad es algo que gusta mucho a las mujeres. Así que quién soy yo para desmentir lo que ellas dicen, y menos aún para llevarles la contraria.
La situación fue que me pateé todo el Madrid de los Austrias en su búsqueda. Vivía en la Plaza Mayor –recuerdo–, así que aquella era su zona de influencia. Visité los museos a los que solía ir, entré en los bares en los que paraba a tomar algo, las cafeterías donde le gustaba desayunar, hice las rutas por las que solía pasear… En definitiva, vi Madrid a través de los ojos de otra persona, lo cual es una experiencia curiosa.
Descubrí el Madrid que vivía una persona que acababa de aterrizar en la ciudad, y a quien consideraba con buen gusto e inquietudes sociales, culturales y de ocio, de interés para mí. Lo cual era algo a tener muy en cuenta.
Pero nada. Nunca conseguí encontrarme con ella. Cosa que, por otra parte, hubiese resultado raro de haber sucedido.
¿Qué le hubiese dicho? ¿»Buenas tardes señorita Herrera. Soy un chalado que ha venido de Valladolid simplemente para poder decirle hola y presentarle mis respetos. Y de paso dé también las gracias a su madre en mi nombre por hacer las mejores camisas del mundo«?
Eso sí, tengo claro que nunca hubiese dicho «Traje una sandía«…
Os prometo que lo intenté con la mejor de mis intenciones, pero por lo visto con poco tino.
Quiero creer que mientras tomaba algo en uno de los bares citados en aquella entrevista, ella pasó por delante de él mientras yo miraba por el ventanal.
Nunca salí a comprobar si era o no era ella. No hacía falta… Preferí conservar aquella locura de juventud como lo que siempre fue, una ilusión.
Besos para ellas y un abrazo para los demás.
Se os quiere y lo sabéis.
Deja una respuesta