ALEGATO EN DEFENSA DE LA NOCHE

ALEGATO EN DEFENSA DE LA NOCHE

ALEGATO EN DEFENSA DE LA NOCHE

Veintiséis.
Esos son los años que llevo siendo ave nocturna. Más de la mitad de mi vida, que se dice pronto.

Y durante ese tiempo he visto de todo. Épocas espléndidas, épocas menos espléndidas, e incluso algunas realmente horribles.
Pero si algo tengo claro, es que siempre me lo he pasado bien cuando he salido, y no han sido pocas las noches que lo he hecho.
Noches de lunes, de martes, de miércoles… Bueno, de cualquier día, y así acabo antes.

Con varias generaciones he compartido andanzas como Don Quijote y Sancho. Y con cada una de ellas he podido ver el cambio de gustos y de costumbres; pero insisto, con todas he disfrutado.
Así que no puedo decir que Valladolid sea una ciudad aburrida, como muchos afirman.

Al contrario, creo que somos una ciudad de lo más cómoda para salir. Dado que tenemos diferentes tipos de bares, de música y de ambientes, a dos pasos mal contados. Y eso es algo que no se puede decir de todos los sitios.

Igual también es porque he sabido adaptarme a lo que había. Y sobre todo, siempre me he rodeado de gente dispuesta a disfrutar.
Ahí creo que radica el secreto.

He bailado cuando ha hecho falta, he intentando ligar –con desastrosos resultados en el 99% de las veces– si la situación parecía propicia, he buscado los jaleos justos. Y por supuesto he charlado mucho al amparo de esas copas –que empezaron llegando en vaso de tubo y con mezclas empalagosas, y que están llegando cada vez más en formato de vaso ancho y bajo– que te hacen ver el mundo con una clarividencia propia del mejor estadista.

La mejor noche no siempre es aquella en la que más te has reído. Hay muchas formas de disfrutar de una situación, no lo olvidéis.

Se decía que Valladolid era una referencia a nivel nacional en lo que a música electrónica se refiere, y que por eso esta ciudad tenía vida.
Pues mirad, yo jamás he escuchado esa música, así que por ahí no venían esas alegrías que tanto se reclaman ahora.

Pero sí reconozco que la música ha sido una parte importante de esa diversión. La que he querido la he encontrado; unas veces a la primera, y otras muchas abriendo y cerrando puertas hasta dar con la adecuada. Y si ha hecho falta, me he metido en cabinas que no eran mías para ponerla (con educación y buen rollo se consiguen muchas más cosas de las que pensáis).
Aunque también, sin embargo, he llegado a estar horas y horas en bares en los cuales ni me he fijado qué estaba sonando, y me he sentido de lo más a gusto allí.

Insisto, el secreto es saber adaptarse a lo que te rodea. Y sobre todo saber que la diversión empieza por uno mismo. No esperes que los demás te la proporcionen, porque ahí es cuando te llevas los desencantos.
Horas me he pasado en un bar que al mismo tiempo era una tienda en la que se vendían garbanzos y Cola-Cao –con algunos de sus parroquianos en zapatillas de estar en casa, y no me refiero precisamente a slippers de 200€ el par–. Y cuya mayor propuesta era el dar a elegir entre aceitunas picantes o no, de aperitivo (que por cierto, como picaban, ¡Dios Santo!).
De los sitios más insospechados se puede sacar petróleo.

Así que os invito de nuevo a que disfrutes de lo que tenéis a vuestro alrededor.
Todavía hay muchos bares que descubrir, mucha música que oír (o no), muchas mujeres a las que cortejar. Y por supuesto, muchas charlas pendientes.

 

Besos para ellas y un abrazo para los demás.
Se os quiere y lo sabéis.

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