COGIENDO VELOCIDAD

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COGIENDO VELOCIDAD

Me están llegando cantos de sirena de que igual es momento de comprarme un bici…. Con ruedas!!!

La última vez que me monté en una, allá por los ’80, la BH California X3 era el último modelo del mercado, con su cuadro amarillo y sus llantas de aluminio azul… ¡El sueño de cualquier chaval!
Yo nunca tuve una, todo hay que decirlo, así que aún tengo aletargado ese deseo dentro de mí. Esperando salir al igual que han ido saliendo otros tantos, en esa corriente que nos ha llevado a muchos “niños adultos” a recuperar anhelos y deseos no satisfechos de jóvenes.

Es más, la única bici realmente mía que tuve, de primera mano, fue una BH azul que se podía doblar (imagino que para que cupiesen mejor en el coche, dado que en aquella época los portabicicletas como que no eran muy comunes).
No recuerdo muy bien si fue regalo de comunión, de Reyes Magos, o simplemente porque me la merecí sin más. Pero sí recuerdo que me hizo muchísima ilusión, y que la disfruté muchísimo, y la saqué partido hasta sus últimas consecuencias.
Me acuerdo que tras cualquier cambio que la hacías, por nimio que fuese, se convertía en una bici prácticamente nueva. Desde cambiarle esos puños de plástico con estrías (diseñados por el mismísimo Belcebú) por alguno más moderno y molón –que la diese aspecto de moto de macarra de pueblo–, hasta cambiar los cables, o ponerle zapatas nuevas a los frenos.

Luego ya, todas las que vinieron después, fueron heredadas de hermanos, primos y allegados, que delegaron en mí la custodia de lo que, casi seguro fue, en su momento, su bien más preciado. ¡¡Gracias por la confianza depositada en mí!!
Eso sí, os he fallado a todos, porque no conservo ninguna de ellas. Así que lo siento… Luego me hago fustigar 100 veces con una vara de avellano, y me pongo un cilicio hasta verano.

Y así hasta hoy, momento en que creo ha llegado el momento de pensar en hacerme con una. Lo tengo decidido. Me voy a hacer ciclyst, o fixier, o cómo se hagan llamar ahora los ciclistas de toda la vida.
Ahora sólo tengo que averiguar qué me hace falta, para qué la quiero, y cuánto me quiero gastar.
Aunque así, a primera vista, diría que me hace falta una antigua de carreras, para restaurarla, y que me cueste muy poco.

Porque no nos llevemos a engaño, nunca la voy a usar.
Yo con mi bici estática plegable tengo suficiente (qué fijación tengo con las bicicletas plegables, ¿no?); así que ésta la quiero para matar unas cuantas horas muertas con ella mientras la arreglo –usando esa Dremel que en su día compré pensando que era el invento más revolucionario del S.XXI, y que sigue en su caja–, y que si me queda bien es probable que acabe vendiendo en cualquier portal de segunda mano, o regalando a quién la vaya a usar de verdad, en vez de pasar a formar parte de la decoración de la terraza entre al plafón con mosquitos y el termómetro que, sea invierno o verano, siempre marca la misma temperatura, 36 grados.

 

Así que como diría un joven Sherlock Holmes a un joven Watson en El Secreto de la Pirámide, “¡Comienza el juego!” (en mi caso, la búsqueda)

 

Besos para ellas y un abrazo para los demás.
Se os quiere y los sabéis.

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