CON MI BLANCA PALIDEZ
Decía Picasso que los grandes artistas copian y los genios roban.
Y luego estoy yo, que leo «Hay gente pálida, pero no hace falta que se lo recuerdes cada verano» esta mañana, y ni copio ni robo, sino que hago mi propia versión del mismo. Al igual que hizo El Principe Gitano con el In the ghetto de El Rey, en este caso, del rock.
Y es que no me he podido sentir más identificado con la historia relatada por Lucía Taboada.
Porque sí, yo muto en buganvilla –como dice mi hermana Marola– con la llegada del verano (en la blanca, en la blanca, no os penséis que me vuelvo morado como un Furby).
La relación del sol conmigo, mía con el sol, es la de uno mismo con su némesis.
Es la que hay entre Capuletos y Montescos, Sherlock y Moriarty, Batman y el Joker, Epi y Blas… Nos odiamos.
No hay cosa que me siente peor que el sol. Pero a pesar de todo, efectivamente, tengo que oír, año tras año, cosas cómo las que indicaba la señorita Taboada: «Transparentas», «Si te miro, me deslumbro», «Anímate hombre, que tomar el sol es gratis».
Soy de esas personas que se quemaba cuando en la facultad se sentaba en la mesa al lado de la ventana y el sol empezaba a asomar, a pesar de intentar evitarlo adquiriendo posturas que asombrarían al mejor de los contorsionistas. Soy de los que se quema cuando en la calle le toca esperar unos minutos de más a alguien que no tiene la consideración de llegar a tiempo para evitar mi muerte por abrasión.
Cuando mañaneo los findes, el sol del amanecer puede hacer que me evapore.
En la playa, los ingleses y alemanes me señalan con el dedo al pasar. Los barcos me usan como referencia por mi refulgir, convirtiéndome así en un hombre faro. Puedo pasar por recién llegado a pesar de llevar 30 días tomando el sol. Si se me ocurriese dar vuelta y vuelta en la toalla, me calentaría antes de lo que un microondas derrite mantequilla. Uso sombrillas y camisas anti UV. Soy de los que a pesar de usar protección 4327, se achicharra sin remisión.
Y por supuesto, siempre me dejaré una parte sin embadurnar, y ahí me quemaré más aún (mi parte preferida es detrás de las orejas).
Una vez, siendo joven e inconsciente, se me ocurrió ir a coger cangrejos, sin una simple camiseta. ¡A lo loco!
Quemaduras de tercer grado en toda la espalda. Las camisas de lino me parecían sacos de arpillera.
Por lo tanto, espero que comprendáis el porqué de mi blanca palidez, que decían Procol Harum.
Es algo que necesito, que persigo, que anhelo. La blancura en mí es vida. Así que no os preocupeis más, puedo vivir con ello.
Además así, cuando se os esté yendo el moreno, siempre os podréis poner a mi lado para sentiros con un bronceado digno del Caribe. Todo sea por vuestro bien.
Besos para ellas y un abrazo para los demás.
Se os quiere y lo sabéis.
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