DAREMOS PALMAS AL COMPÁS

DAREMOS PALMAS AL COMPÁS

DAREMOS PALMAS AL COMPÁS

Sucede siempre en el mismo sitio, el mismo día, a casi la misma hora, y con el mismo desarrollo. Prácticamente nada varía de año en año.
Y a pesar de todo, siempre me emociona. Me llena de recuerdos y me humedece los ojos de forma infalible, como si el lacrimal supiera que ese es su momento anual de engrasarse.
Sí, es el Concierto de Año Nuevo.

En sus primeros minutos, a base de polcas y valses, mi alma se ensancha. Llenándose de vitalidad, de buenos recuerdos, de felicidad. De todas esas cosas que hacen girar el mundo a un ritmo alegre y acompasado (de hecho la propia palabra vals proviene del verbo alemán girar).
Todo como paso previo a lo que está a punto de suceder. Y entonces se oye:

La Filarmónica de Viena y yo les deseamos… Feliz año nuevo!!

Justo ahí ya empiezan a funcionar mis mecanismos internos que saben que, en unos minutos, los sentimientos van a florecer como el cerezo en primavera. Van a saltar como el resorte de un juguete que se acaba de romper. Se van a poner a flor de piel. Porque sí, ¡es el momento!

No soy capaz de explicar qué siento cuando lo primeros acordes de la Marcha Radetzky empiezan a sonar.
Sí para mí la música en general me produce una satisfacción enorme, ésta en particular reúne todo lo mejor que uno puede experimentar con ella. Es una mezcla de recuerdos, de sensaciones, de placer indescriptible, que se han ido estableciendo en mi interior desde bien pequeño. Y que cada año siento de forma más fuerte.
Es una simiente que fue bien plantada por mis padres, que ha crecido fuerte y vigorosa en mí, y que alcanza todo su esplendor en cada palmada que doy, siguiendo el ritmo de la obra creada por Johann Strauss (padre).

Vale que en los años en los que el desenfreno nocturno podía más que mi amor por la música clásica, me perdí unos cuantos conciertos. Pero eso me valió para apreciarlos más aún con el tiempo. Aprendí que lo mejor que puedo hacer la madrugada un día 1 de enero es quedarme en casa (o por lo menos no salir a quemar todas las naves), y así disfrutar de  un buen desayuno, viendo el Neujahrskonzert en TV (y ¿quién sabe si algún día desde la propia Sala Dorada?).

Así que os animo a todos a que el próximo año lo veáis conmigo –de forma metafórica, claro, porque en mi casa complicado que entremos todos–, os guste o no la música clásica. Porque estoy seguro que algo de lo que os acabo de contar, vais a sentir.

 

Besos para todas y un abrazo para los demás.
Se os quiere y lo sabéis.

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