DOS SEÑORES SABIOS

DOS SEÑORES SABIOS

DOS SEÑORES SABIOS

Si por la mañana comparto cañas y bravas con el Señor Peláez, y por la noche veo al Señor Garci presentar la emisión de Casablanca en su programa Classics, no puedo por menos que empezar a escribir algo sobre ellos.
Ya habrá tiempo de rematar la columna que tenía empezada sobre La Copa Rota –en su versión de Los Rodríguez–. Que además, del mal de amores, siempre hay tiempo para hablar.

Y es que tras oírlos (al señor Peléaz y al señor Garci, no a Los Rodríguez), a uno le entran ganas de ser mejor persona. Más inquieta, más culta, más emprendedora, con más negronis en el gaznate… Dan ganas de disfrutar su vida como si fuese la de uno mismo.

Aunque eso es imposible de hacer porque son de una especie que, aunque pudiese parecer igual a la nuestra, no lo es.
Son de esa especie de elegidos que tienen el don de la palabra en su interior. La concatenación perfecta de ideas, y su postrera materialización en frases, vive dentro de ellos. Ven la vida con unos ojos distintos a los del resto. Y como tal la comprenden y la plasman.

Y nos lo muestran de manera natural, como ese arte del toreo que tanto le gusta al maestro Peláez. Que es, por cierto, como se deberían hacer las cosas. Sin forzarlas. Que lleguen casi sin querer.
Cualidad ésta bastante difícil de conseguir. Porque eso conlleva no querer sobresalir con artificios, en los tiempos de la sobreactuación. Donde «brutal» o «épico» han perdido ya todo su significado. Y donde cada vez se valora más el humo y menos el fuego.
¡Qué pena!

Con el maestro Garci no he tenido el placer de coincidir nunca en persona, a pesar de tener en mi cerebro horas y horas de sus conversaciones con otros. Quizá algún día lo consiga.

Pero sí quiso Dios que de la compañía de Don José pudiese disfrutar más a menudo.
Y me alegro de ello porque es un placer (que quiero pensar que es recíproco) reunirnos siempre que podemos. Ya sea para hablar de los amigos, las mujeres o la música; de ese Sanjo que tanto nos dio; o de lo innecesario que es usar pantalones cortos en verano, si eres adulto.

También nos gusta departir sobre lo que escribimos y cómo lo hacemos.
Al fin y al cabo las amistades se basan en similitudes en la forma de ser y pensar, y en gustos comunes. Y éste es uno muy apreciado por ambos. Él de manera profesional, todo sea dicho.
Intercambiamos ideas, pareceres, comportamientos de unos determinados textos por encima de otros. Hablamos de lo que puede pensar la gente sobre nosotros al leernos, y de si eso debería afectar a nuestra manera de escribir.

Él tiene muy claro que hay que ser libre. Que te amen y odien todos a partes iguales. Yo ahí soy más cobarde y me guardo muchas verdades.
Igual por eso él es uno de los mejores columnistas de este país, y yo no (amén de otros muchos factores, no os creáis que soy así de prepotente. Conozco mis limitaciones).

Siempre es un placer poder hablar casi de tú a tú sobre estos temas. Aprendiendo, así, de los que saben.
Hay que atesorar experiencias, sí. Pero también consejos sabios de personas más sabias aún.
Así que a estas charlas suelo ir con un figurado papel y boli, y no pierdo detalle de todo lo que allí se comenta.
También voy con los poros abiertos, con la ilusión de que el arte se traspase por exudación. Pero me temo que no.

¡Por muchos encuentros más así, Don José!

 

Besos para ellas y un abrazo para los demás.
Se os quiere y lo sabéis.

P.D.: por unos motivos u otros, este texto se quedó en el tintero.  Pero el día que lo escribí me llegó, de sorpresa, la última Vallisoletanía del Señor Peláez, la cual me dedicaba. Inmenso honor el que me concedió, de nuevo. Creo que no hay duda de por qué me gusta compartir cañas y bravas con él (cosa que haría aunque no me mencionase ni en un borrador escrito en un folio reutilizado) . Se puede leer AQUÍ

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