ESTAMOS DE OBRAS

ESTAMOS DE OBRAS

ESTAMOS DE OBRAS

Esta mañana, a la 8 en punto, ha sonado… ¡¡Los martillazos de la obra de abajo!!

Madre de Dios, ¿pero desde qué hora se pueden empezar las obras?
Sí que es cierto que, por motivos laborales, nunca madrugo, aunque tampoco me levanto tarde. Pero desde luego lo que no es plato de gusto es amanecer con mamporros atronando en la cabeza.
Lo peor de todo es que han estado de 8:00 a 9:30. Para en ese momento dejarlo hasta hace un rato que han vuelto a llevar el compás como los Enanitos de Blancanieves.
Esto me hace llegar a una deducción. O tal vez a dos:

En vez de trabajar de 8:00 a 9:30 para luego descansar hasta la 1 de la tarde, ¿no sería más fácil trabajar, digamos de 10:00 a 11:30? Así ellos no madrugan. Y los que no tenemos necesidad de hacerlo, tampoco.
Y otra cosa, ¿cuánto les dura a estos tíos el bocadillo del mediodía? ¿Cuatro horas?
¿Qué se están comiendo? ¿l que está inscribo en el Guinness como el más largo de la historia?

Todo ello me hace llegar, de nuevo a la máxima de “Cuando todo está perdido, sólo queda molestar
¿Que tengo que madrugar para ir a hacer una obra a un edificio? Pues ya me encargaré que no pueda dormir nadie ni los 5 minutillos extras que todos disfrutamos cuando amanecemos.

De aquí deducimos que hay gente con muy mal café. En especial el butanero que durante años y años nos estuvo llevando a la casa antigua las míticas bombonas, los sábados a las 9 de la mañana (e incluso antes).
¡¡Qué cabrón!!
Y menos mal que por lo menos las subía en ascensor. Si no este tío, dada su mala sangre, estoy seguro que hubiese sido capaz de dárnoslas defectuosas para provocar un accidente.
A mí en un principio no me importaba demasiado, la verdad. Pero, ay amigo cuando empecé a llegar tarde los viernes por las noches… ¡El butanero se convirtió en el enemigo público número uno!
¡¡Qué cabrón!! (de nuevo, pero es que le tengo marcado a fuego en mi memoria).

También podremos sacar en claro que hay gente que realmente trabaja menos que el sastre de Tarzán, que diría el gran Chiquito, dados los descansos que hacen. Y como caso más reciente, recuerdo al señor que vino a instalarme la línea telefónica hace poco.
Madrugar, el tío madrugó (y volvemos a lo mismo). Porque a las 8:30 llamó a casa para preguntarnos a qué hora estaríamos, por lo que a las 9:30 se persona en casa con la misión imposible de darme de alta el teléfono, y a los 5 minutos me dice:

“Disculpe señor, tengo que ir a la centralita un momento a comprobar una cosa”
“Bien, bien, no hay problema”

Para mí que se debió ir a la centralita de las Islas Columbretes, porque hasta las 12 largas no volvió. Y cuando lo hizo, llegó hablando por teléfono, ligando con la teleoperadora que le estaba ayudando a darme de alta mi línea.

Eso sí, ni blanco ni negro (sino todo lo contrario). Porque también se puede hablar del rey de la radial de una de mis casas antiguas, que os juro que estuvo desde abril hasta agosto sin parar, de 9 de la mañana hasta las 6 de la tarde.
¿Qué estaba cortando, el Golden Gate de San Francisco?
Desde luego en mi casa, a pesar que era grande, no había tantas cosas para cortar con una radial ni de casualidad.
¿Y si el tío llegaba allí, la encendía y se iba?

Hay tantas y tantas preguntas sin respuesta, que esta columna podría convertirse en interminable. Así que lo dejaremos aquí, que ya vuelve el del martillo pilón a poner banda sonora a mi día.

 

Besos para ellas y un abrazo para los demás.
Se os quiere y los sabéis.

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