ESTOY EN EL MOMENTO ADECUADO

ESTOY EN EL MOMENTO ADECUADO

ESTOY EN EL MOMENTO ADECUADO

¡Gracias, Bohemian Rhapsody!

Yo, tan amante del pasado, estoy encantado con el presente. Porque creo que estoy en un momento de cambio que me va a encantar vivir. Y todo gracias a esta película.

Ha tenido que llegar un biopic para que las nuevas generaciones descubran a Queen. Para que las nuevas generaciones descubran la música con mayúsculas.
Y es que parece que alguien ha dado un golpe en la mesa y ha dicho «¡Basta!».
Ya hemos tenido suficiente de este torbellino que nos está llevando a la nada, musicalmente hablando (y no tan musicalmente hablando).
Es hora de que savia nueva llene las venas de los futuros artistas con algo que no sea lo que llevamos oyendo en el último decenio, tan mecánico que da miedo. Es hora de desterrar el autotune del mundo.

Como tampoco veo que un nuevo movimiento punk vaya a llegar. Ni que algo parecido a ese grunge que tanto me impactó en los ’90, aparezca. Que por lo menos se redescubran a los grandes.
Ya sea a base de películas como ésta (a la que pronto seguirá la vida de Elton John con «Rocket Man») o refundando la MTV si hiciese falta.

Hay que conseguir que la gente talentosa se convierta en los nuevos Hendrix o Page. Que las voces de verdad suenen sin necesidad de post producción para hacer que sean potentes y afinadas. Que se conviertan en deslumbrantes estrellas de la música e ídolos de masas, en vez de que acaben siendo artistas arrinconados por las hordas de bárbaros que ahora copan las listas de éxitos, incapaces de tocar por ellos mismos dos notas seguidas, por simple que sea el instrumento.

Si la ley de la oferta y la demanda, valga la redundancia, manda –como declaran los defensores de la telebasura–, entonces yo me declaro fuera de la ley.

Y ya que estamos, ¿por qué no intentamos cambiar la TV?
He tenido la suerte de ver, hace unos días, un programa grabado de aquel Cerca de las estrellas de Ramón Trecet, que hizo que la NBA llegase a las casas de España a finales de los ’80.
A día de hoy, un programa presentado por un sólo señor que igual te hablaba del régimen chino como de las anécdotas de los Pistons tras ganar la liga, sería impensable.

¿Hay algún presentador o comentarista que sepa de lo que habla, haciéndolo de manera pausada, sin insultar a nadie y sin meterse con el de enfrente, en una televisión que no sea de pago? Imposible.
Lo más cerca que estuvimos de aquello fue mi añorado Andrés Montes. Y fue muy criticado.

Y es que ahora vale todo por el ritmo.
Pero ¿qué ritmo?
Porque hay muchos tipos de ritmos, y no todos tienen que ser vivaces.

Y menos aún cuando conseguirlo, la gran parte de las veces, conlleva no contrastar la información, y opinar de todo sin tener ni idea de nada. Desprestigiando así la profesión de periodista, tan pisoteada a día de hoy en casi todos los medios gracias a la proliferación de tertulianos «profesionales».
E insultando. Insultando, por encima de todo.

Estaría bien cargarnos de un plumazo a toda esa patulea que pueblan los medios. Cuyo único logro en la vida es saber gritar y levantar falso testimonio del vecino. Su extinción sería tan necesaria que sólo de pensar en ella me emociono.

Por desgracia, igual que lo primero sí que lo veo posible, lo segundo, no tanto.
De hecho, veo más cerca la desaparición de la TV tal y como hoy la conocemos, que su regeneración hacia nuevos y buenos caminos.
Como he dicho alguna vez, hay ocasiones en que enciendo la televisión sólo por el placer de poder apagarla y sentirme en paz conmigo mismo.
Si la ley de la oferta y la demanda, valga la redundancia, manda –como declaran los defensores de la telebasura–, entonces yo me declaro fuera de la ley.

 

Besos para ellas y una abrazo para los demás.
Se os quiere y lo sabéis.

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