HISTORIAS DE UNA CABINA: LIVINGSTONE
Hacía mucho que no escribía un capítulo de esta serie. Así que este domingo, que coincide con el día más feliz del año, me ha parecido un momento estupendo para hacerlo.
Y qué mejor que sobre el bar que tantas alegrías me dio, y me definió definitivamente como pinchadiscos, tras varios años en los que alternaba dicha tarea con la de camarero «arrastrador» de masas.
Además de ser el lugar que me llevó de forma definitiva a la cabina, fue donde la apuesta directa por la música española de los ’80 se hizo permanente y no residual. En un tiempo (año 2002) en el que por hacerlo casi se nos tildó de locos a mi hermano Mario, gerente plenipotenciario del negocio, y a quien suscribe.
Creo que el tiempo demostró que la apuesta no fue equivocada.
Pero una cosa he de decir a aquellos que se tomaron demasiado en serio las bondades de esa década. No toda la música de los ’80 fue buena.
Pocas máximas hay en esta vida. Y, desde luego, que todo lo que se hizo en aquellos años fue lo mejor, no es una de ellas.
Menos mal que ya se ha pasado un poco la moda de esa década, y ya se vuelve a oír otro tipo de música… La de los ’90.
Livingstone fue el bar en el que había que hacer cola para entrar, en un momento en el que eso era casi territorio exclusivo de las discotecas.
¿Por qué? Pues vaya usted a saber. Pero quiero pensar que porque lo hicimos bien. Ofrecimos algo distinto. Y por qué no decirlo, porque éramos muy simpáticos y la gente quería pasar sus tardes y sus noches con nosotros.
Allí empezó a forjarse el concepto de «Mi cabina, un club social«.
El pequeño espacio dedicado al desarrollo de darle al play empezó a recibir sus primeras visitas. Además, sin filtro.
Nunca he sido muy elitista a la hora de tratar a las personas. No había más que querer subir, para pasar un rato allí conmigo. Esa era toda la entrada que pagar.
Desde entonces, pocas veces me volví a encontrar solo en una cabina. Y dado que casi 20 años han pasado hasta que me retiré de manera oficial, me siento muy agradecido por ello.
Y desde esa misma atalaya empecé otra de mis grandes pasiones, gracias a no tener mucha vergüenza. Cantar.
Recuerdo que todo empezó tras un concierto de Hombres G, al que le siguió un monográfico sobre el grupo, que acabó conmigo cantando «Temblando«.
Bien. Hasta ahí nada especial.
Pero al día siguiente se acercaron dos chicas (daría mi reino por recordar quienes fueron) y me preguntaron:
«¿Hoy a qué hora cantas? Hemos vuelto para oírte otra vez»
Os podéis imaginar que me faltó tiempo para coger de nuevo el micro, a una velocidad cercana a la que se mueven las partículas en un colisionador.
Pocas veces me habían dicho antes que me querían oír cantar. Y mucho menos «otra vez». Así que no era momento de hacerse el remilgado y poner excusas tontas para no hacerlo.
Los hits de la época eran «Pienso en aquella tarde» –en su versión con Dani y David (Martín y Summers)–. «Puede ser«, en la que algunas veces conté con mi particular Amaia Montero. La ya mencionada «Temblando«. U otro de los clásicos de la música copulativa, «Ojos de hielo«. Todas entonadas con mejor o peor fortuna lo largo de la noche, con tendencia hacía el final de la misma.
Alguna más cayó en forma de petición.
Recuerdo con especial cariño «La copa rota«, siempre dedicada a los hermanos Autrán, cuando estos hacían acto de presencia en aquellos cierres de los jueves –cuando éste era un día casi igual de grande que el resto–.
Mención aparte merece «New York, New York«, que desde ese momento se vino conmigo de la mano allá donde se requiriese mi presencia. Ya fuese en otras cabinas, bodas o fiestas de guardar.
Gracias, Frank. Grandes momentos me brindaste.
Fueron unos dos años, me parece. Que si bien pudiesen parecer pocos, fueron muy intensos. Y dieron para mucho.
Recuerdo una anécdota, entre las muchas que podría contar, a raíz del día que diez de mis amigos, cuya identidad mantendremos en secreto, llegaron con sed una noche.
Al cabo de unas horas, se acerca la camarera a la cabina con cara entre asustada y perpleja, y me dijo, «Tus amigos llevan 100 copas, ¿Qué hago?».
Mis palabras exactas no las recuerdo, pero fueron algo así como. «Estás se las cobras a precio amigo. Y como estoy seguro que van a pedir más, el resto corren de mi cuenta».
Por supuesto, pidieron más. Sé elegir muy bien a mis amigos.
Una gran familia montamos allí. Y no fueron pocos los integrantes de la misma.
Así, a bote pronto, y a riesgo de olvidar a algunos, Debo, Santi, Vicky, Elena, Peisi, María, Martínez, Chefi, Rubén B., Tuki, Pepo, Parra, Richi, Raúl, David, Jesús, Jorge, Rubén, Papo, Mar, Javi, El Niño, Vero, Edu… Y por supuesto «El socio», Oli.
Y mis hermanos, el de verdad, Mario, y el otro de verdad, Alfonso.
Nos vemos en los bares!!
Besos para ellas, y un abrazo para los demás.
Se os quiere y lo sabéis.
Comments (6)
Que grande!!!!!! SOCIO!!!!
Fuimos grandes, Socio!!
(ahora también, claro. Pero un poco más tranquilos)
Paty…!!!
La del burro…!!!!
Jeje
Un abrazo fuerte
Jajajajajajajaja.
Además la foto da fe que la pedías porque estabas allí.
Un abrazo, Javi!!
Jajajajaja nosotras también estamos, madreeee miaaaa cuanto tiempo ha pasado!! ¡Pero qué bien lo pasábamos!!!Un besote Paty
Anda, es verdad!!
El año de la foto mejor no decirlo, porque asusta un poco. Pero sí, lo pasábamos (y lo pasamos) muy bien. Ahora con un poco más de cordura, menos mal.
Un besazo, Eva!!