HISTORIAS DE UNA CABINA: PRIMEROS AÑOS

HISTORIAS DE UNA CABINA: PRIMEROS AÑOS

HISTORIAS DE UNA CABINA: PRIMEROS AÑOS

Buenas noches amigos.

Aunque también podría decir amigos de la noche. Porque no nos engañemos, los que vamos a leer estas historias, hemos hecho más guardias nocturnas que los reclutas de Farnesio.
Nosotros no es que seamos aves nocturnas, sino que somos los dueños de esas aves nocturnas. Les damos de comer, y hasta les enseñamos a volar.

En un principio iba a reducir estas historias a mis experiencias en la cabina, pero lo consideré insuficiente, dado la de años que estuve detrás de una barra. Y sobre todo, la de años que he sido, y sigo siendo, cliente; que es un lugar desde el que también se aprenden muchas cosas.

Lo que tampoco sé es si seguir una linea cronológica o hacer saltos en el tiempo, que yo creo que puede ser muy divertido.

Sea como fuere, hoy me traslado al primer día de vacaciones de Navidad del año 94, me parece, y llegaba con mis amigos a La Rosaleda.
No consigo precisar muy bien, en espera a que los de Cuéntame lleguen a esa época y me entere bien, de eso y de otras tantas cosas que bailan por mi mente como los elefantes de Fantasia.

He de puntualizar que a La Rosaleda de verdad, la que debía su nombre al parque donde estaba ubicada.
Aquella que abría por las mañanas en verano, y que desplegaba su carpa fuera para las noches de invierno. Y donde se reunía lo mejor de Valladolid, sin ningún tipo de dudas.
Aquella Rosaleda en la que trabajé con auténticos cracks como Chisco, Nacho, Rico, Estela, Cris, Amaya, Cuco… La Rosaleda de los Francia, en definitiva.

Y en aquella Rosaleda, y en aquel momento, estaba mi hermano Mario de encargado (protagonista de muchas de las historias que aquí contaré, seguro), que según me vio aparecer, me dijo:
–Tú, enano, a la barra. Que me falta uno, y es primer día de vacaciones.

Y allí que me fui yo, a la barra del árbol, sin haber puesto una copa en mi vida. Y con ese «frescor perfume» encima típico de un primer día de vacaciones de Navidad…
–Tranquilo –me decían–, que esto es muy fácil, ya verás.

Me planté haciéndome gemelo del árbol que daba nombre a la barra. Cuando en esto veo que se acercan hacía mí, sin remisión ni duda, lo que era claramente una cena de empresa.
Se acerca el cabecilla y me empieza a recitar una lista de cosas que se sabía igual que los afluentes del Duero un chaval de 5º de EGB (los de la ESO, igual puede que sepan que el Duero tiene afluentes. O no…).

Como suele pasar como cuando te presentan a muchas personas, que te quedas con el primer nombre y el último, me quedé con «Hola, ¿qué tal?» y  con «… y esto es todo. Gracias».
Así que haciendo uso de las pocas neuronas que tenía en marcha en aquel momento, le dije al amable señor (que la verdad es que fue la mar de simpático):
– Por favor, para evitarnos problemas, ¿sería usted tan amable de apuntarme las copas que quiere?
Así íbamos a conseguir que ni él tuviese que repetir de nuevo los afluentes del Duero. Y yo evitar tenerme que beber todas las copas que pusiese mal, y salir de aquí con un coma etílico.

Siempre he sido muy educado, así que estoy seguro que le dije esas palabras exactamente.
Bueno, o lo mejor esas, esas, no, pero parecidas,. Y con alguna patinada de lengua entre medias.
Y es que a veces –sólo a veces– cuando bebo, me da una reacción que hace que se me ponga la lengua gorda y los pies redondos. ¿A vosotros no os pasa?

El resto de la noche no la recuerdo.
Y no por falta de memoria, sino porque simplemente todo discurrió  de manera normal y lógica. O sea, con la gente disfrutando, y los camareros, a pesar de todo, disfrutando también.

Sí recuerdo que Chisco me dijo «Ten cuidado no bebas mucho, porque mientras te mueves no se nota, pero en cuanto pares, te da todo el bajonazo»
Por supuesto, no le hice ni caso, que para eso tenía 18 años, y era mi obligación desobedecer.

La noche acabó, como toda buena noche que se precie después de trabajar, desayunando en alguna cafetería de nuestra querida ciudad. De las que abre para que las plantillas de los bares, y los más mamaos de cada pandilla, coman langostinos a la plancha y tortillas de patata a las 9 de la mañana.

 

Besos para ellas y un abrazo para los demás.
Se os quiere y lo sabéis.

P.D.: se me olvidan, y se me olvidarán, infinidad de nombres, pero espero que me perdonéis todos, porque no soy infalible. Eso sí, a todos os mando un abrazo fortísimo. Y que sepáis que sois parte de mi vida, de una manera u otra.

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