NO TENGO PRISA

NO TENGO PRISA

NO TENGO PRISA

Domingo por la tarde de un ya avanzado septiembre. La única luz que ilumina la habitación es la que desprende la pantalla del ordenador mientras escribo.
Las ventanas están cerradas a cal y canto. Anoche hubo batalla. Evitar cualquier perturbación en mi reposo es la mayor de mis metas, y la luz se quiere convertir en un gran obstáculo.

No hago más que leer que este mes suele ser el comienzo de muchas cosas.
Así que la pregunta es, ¿cuándo no es el comienzo de algo?

Septiembre, el 1 de enero, la vuelta de las vacaciones, los lunes, cada nuevo día…
Parece que nos encanta vivir muchos principios. No sé muy bien si para empezar nuevas etapas, o bien para olvidar definitivamente otras. O simplemente porque son más ilusionantes los comienzos que de los finales –que además muchas veces suelen ser tristes–.

Además los comienzos son la simiente de algo hermoso, querido, y por lo general deseado. Son el germen de algo que acabará haciendo crecer el paso del tiempo. La génesis de una decisión por nosotros tomada, y que siempre creemos que será acertada; aunque por desgracia no siempre será así –pero que si no resulta del todo correcta, tampoco hay que hacer un drama, dado que en eso consiste la vida: en errar y aprender de esos errores–.

Para mí, los principios deben ser pausados y meditados. Que su transcurso lo marque un reloj al que no le han dado cuerda, para así poder paladearlos bien y sin prisas. Degustando todos los matices, texturas, olores y sabores. Apreciando todas las sensaciones que provoca en nosotros aquello que estemos viviendo, sea lo que sea.
Si algo es de nuestro gusto, qué mejor hay que disfrutarlo con calma. En momentos felices, nada será nunca igual que ahora, así que ¿para qué queremos que llegue mañana?
El tiempo de los chupitos de un sorbo ha pasado. Ahora es momento de beber ese trago corto de forma pausada.

Por lo tanto líbreme Dios de esos comienzos explosivos e intensos, pregonados a los cuatros vientos en los mentiremos del S.XXI, que son las redes sociales. Tanto cariño y afecto desmedido, en un altísimo porcentaje de veces, suele acabar en desencuentro, enemistad e incluso odio.

No quiero ser titular de cabecera de nada. Ni ser “Última hora”. No tengo el más mínimo interés de estar siempre en el candelero. No soy ni el más guapo, ni el más rico, ni el que vive más enamorado. Nunca intentaré aparentar que soy el que mejor se lo pasa, aunque algunas veces así sea.
Sería un enorme error interrumpir esa felicidad para retransmitírsela a otros. Si el tiempo es el bien más preciado que poseemos, imaginaos el valor de ese tiempo en su versión deluxe. Perder un segundo de algo tan valioso sería una tremenda pérdida.

Cuando algo comienza bien, a todos nos gusta presumir de ello aunque sea un poco –mentiría si dijese lo contrario–. Pero las cosas hay que hacerlas de manera natural. Hasta algo tan banal como enaltecerse tiene que hacerse sin artificios ni disloques, sin buscarlo. Y sobre todo, sin forzarlo.
Para ver pavos reales, me voy al Campo Grande.

 

Besos para ellas y un abrazo para los demás.
Se os quiere y lo sabéis.

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