NON-STOP DAY

NON-STOP DAY

NON-STOP DAY

En estas, las últimas horas de uno de mis ya considerables años, me vienen a la cabeza dos frases:
«¿Te acuerdas cuando hablábamos de seguido?«. Y sobre todo, «¿Hacemos un non-stop day?«.

Sobre la primera no hay nada que decir. Es el paso inexorable del tiempo. Punto. Todos lo sufrimos.
Pero para la segunda, sólo me surge la pregunta ¿Por qué?

Para quien no sepa qué es a lo que llamo non-stop day, no era más que esos días en los que quedabas a tomar el vermú y aquello se alargaba de tal manera que además del vermú, el paquete incluía la comida, el café torero, la merienda, la cena, las copas de después de cenar, el baile en la boîte, el desayuno, y si te descuidabas, el vermú del día siguiente, si el sol se dignaba a aparecer.
Y por eso, camino de la senectud, sólo cabe preguntarme ese porqué. ¿Qué necesidad había de esas jornadas gastro-festivas tan excesivas? ¿Tanto nos influenciaron los romanos durante su estancia en Hispania que nos veíamos obligados a honrar a sus dioses con bacanales periódicas, de dimensiones pantagruélicas? Qué excesos, ¡pardiez!

Soy consciente que la juventud otorgaba, además de la insoportable vanidad del que piensa que ya todo lo sabe, una energía desmesurada. La cual te permitía hacer este tipo de bravatas de las cuales salieron aquellas jornadas que tan grandes momentos dieron – y que tantas anécdotas dignas de ser contadas crearon–.
¿Pero era necesario haber acumulado historias como para haber podido escribir una obra que complementase la Iliada y la Odisea? Claramente no.

He de reconocer que desde la perspectiva en altura que me dan los años –como explica aquí mi amigo Pedro–, veo esto con horror y temor en lo saludable; pero no por ello no dejo de verlo con cierta añoranza por la vitalidad que aquello desprendía, por la alegría con que se vivía, y por supuesto por la numerosa compañía que solía tener en aquellos «días de vino y rosas», que dirían los clásicos  (con más vino que rosas, sin duda, pero eso ya es otro cantar).

No me importaría vivir de nuevo aquello una vez más, aunque dadas mis últimas experiencias festivas soy consciente que casi con toda seguridad nunca más sucederá.
Es imposible, tanto en lo psíquico –sí, en lo psíquico, porque la mera idea de tener una jornada lúdica de unas 20 horas por delante no es fácil de asimilar para aquellos que vemos el salir más allá de las 12 de la noche, una operación logística a la altura de las que se desarrollaron en las playas de Omaha o Utah– como en los físico. Porque, como he dicho alguna vez, llevo tantos años saliendo, que los personajes de Friends han pasado de ser mis hermanos mayores a ser mis hermanos pequeños. E igual, pasado tanto tiempo, ya no es momento de poder cambiar el curso de los acontecimientos.

Aunque ahora que lo pienso, y dado que veo continuamente a gente de edad avanzada entrenando para hacer medias maratones y maratones enteras –con gran éxito, por cierto–, ¿no podré prepararme de alguna manera para volver a vivir un non-stop day como aquellos que nos encumbraron y nos hicieron sentir, por un momento, Dioses?

Quién sabe… Mientras tanto disfrutemos de lo que hacemos como si fuese la última vez, hasta que un día sea cierto.

 

Besos para ellas y un abrazo para los demás.
Se os quiere y lo sabéis.

P.D.: ayer empecé con un primer entrenamiento de 14:00 a 2:00, festival de por medio. Buenas sensaciones. Aún queda mucho. Seguimos en la lucha.
(Se dice así, ¿no?)

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