PEREZA NO ES UN GRUPO DE MÚSICA
-3º marcaba esta mañana el termómetro cuando he salido a dar un paseo.
Eran poco más de las 9:30. Y a pesar del frío, era uno de esos días soleados que tanto me gustan.
He empezado a andar y me ha venido a la memoria aquella vez en la que, con más frío que el de hoy (porque ya ni el frío es como el de antes), en plena adolescencia –que es esa época en la que te crees inmortal–, y estando postrado como podría haberlo estado Carlos I durante sus últimos días en Yuste, decidí que nada impediría que fuese a jugar uno de esos partidos de baloncesto que disputaba, los sábados por la mañana, «en el patio de un colegio concertado, como un auténtico fascista», que diría mi amigo José Peláez.
Es una pena que ese entusiasmo y esas ganas desaparezcan con el paso del tiempo.
Si me dicen ahora que me tengo que ir a jugar un partido de baloncesto, en estado febril, a las 9 de la mañana de un sábado, pido el descabello a presidencia, sin necesidad de tercios previos.
Esa ilusión sin límites debería ser eterna. Se debería poder vivir con la intensidad de la adolescencia y la sabiduría de la senectud. Pero el pecado original nos lleva a la concupiscencia, y la pereza nos invade muchas veces.
Para desayunar, indolencia con leche.
Hace pocos días he salido de casa a esa hora indefinida en la que no sabes si dar las buenas tardes o las buenas noches. Me he desplazado a escasos 15 minutos a hacer una foto, y ha sido el hecho más extraordinario que he realizado en los últimos ocho meses.
No pido tampoco ser ese muchacho capaz de levantarse de su lecho de muerte por jugar algo un poco superior a una pachanga con sus amigos del colegio. Pero sí subir un poco el nivel, y que no sea ir a por el periódico lo más apasionante de la semana.
Tengo mi furor interno necrosado. Soy la persona más apática de la mitad superior de mi edifico. Y ya estoy en dura pugna con la de abajo para conseguir unificar los cinturones que me habiliten como campeón mundial.
Aunque sólo por no tenerlo que hacer, igual lo dejamos así, y que ganen ellos.
«¡La culpa es tuya!«, me gritarían por la calle si saliese…
La verdad es que he exagerado un poco.
El uso de la hipérbole me parece buen recurso en estos casos en los que me uso como blanco de mis propias mofas.
Si venís a casa y no os abro, será porque tenga la música a niveles no permitidos, y no porque no tenga ganas de levantarme de la cama.
Además, últimamente, con esa obsesión que me ha entrado por ser Cartier Bresson, me paso el día en la calle haciendo fotos.
Lo que pasa es que voy de incógnito y no me veis. Pero estar, estoy.
Al fin y al cabo, a todos nos enseñaron que la energía ni se crea ni se destruye, sino que sólo se transforma. Así que simplemente tengo que descubrir en qué estado se encuentra la mía. Y a -3º es probable que esté congelada.
Besos para ellas y un abrazo para los demás.
Se os quiere y lo sabéis.
Comments (4)
Si te entra la pereza… cógete un perro! El mejor remedio 🙂
Pobre animalillo.
Apenas soy capaz de cuidar de mí y los míos, como para hacerme cargo de él.
Sería el primer perro que abandona a su dueño.
Cuando asome la pereza, ¡ábrete una cerveza!
Ojo, ojo, que esta frase puede entrar en el listado de las recurrentes!!