RECUERDO QUE ME DOLÍA

RECUERDO QUE ME DOLÍA

RECUERDO QUE ME DOLÍA

Recuerdo que me dolía.
Contemplarla me dolía.

Qué pena que no sea mío, porque me encanta.

Es un extracto del diario de uno de los protagonistas de Un invierno en la playa, al que su padre le dice que si ese fuese el comienzo de una novela, se engancharía sin remisión.

Pues venga, yo lo voy a utilizar con esa intención, la de engancharos.

Y además voy a utilizar la frase no sólo por la forma de decir las cosas que tiene, sino también por lo que significa.
Porque contemplar, muchas veces, duele. Duele contemplar lo que no es nuestro pero suspiramos que algún día lo sea. Duele contemplar lo que no es nuestro y sabemos que nunca lo será, por los más diversos motivos. Y sobre todo duele mucho más contemplar lo que fue nuestro y en un momento dado perdimos.

Somos carne de melancolía.
De esa que, como dice mi amigo José, hay que acompañar de Marlboro y Black Label.
De esa que, para que fuese plenamente satisfactoria, deberíamos padecer –porque la melancolía, sin duda, se padece– siendo Humphrey Bogart viviendo en Casablanca; porque de otra manera correríamos el riesgo a imbuirnos tanto en ella que nunca seríamos capaces de superarla.
Y la melancolía hay que superarla, aunque sólo sea para caer de nuevo en ella en otro momento de la vida, si fuese necesario.

Porque sí, nos gusta autoflagelarnos. Caer en los abismos de la pesadumbre. Sentir hasta qué punto somos capaces de padecer.
El mundo está lleno de corazones rotos, que además no quieren ser curados. Y que día a día buscan el motivo para sumergirse en su profundo penar, porque “Vivir así es morir de amor. Por amor tengo el alma herida”.

No queremos irnos de una situación incómoda. Queremos quedarnos ahí, de pie, quietos, mirando cara a cara al pasado, presente o futuro. Sin miedo a quemarnos sabiendo que no somos el Ave Fénix.
Nos gusta ver hasta que grado de inmolación podemos resistir, aun a riesgo de acabar como Johnny en Rebeldes, y sin tener a Ponyboy Curtis al lado leyéndonos Lo que el viento se llevó.

Y casi siempre en domingo…
Tenemos las defensas bajas. Nuestras fuerzas ya no son capaces de contener nuestras tormentosas mareas internas que luchan por tomar el control. Ni el mejor de los pólder holandeses es capaz de aguantar los embates dominicales.
¡Pero para eso están!
Que todos los males que hayamos de padecer vengan juntos. Y como si del fuego de una queimada se tratase, el final de la semana los quemase para así poder partir el lunes de cero. Mouchos, coruxas, sapos e bruxas…

Que nos duela, pero que sepamos curarnos.

 

Besos para ellas y un abrazo para los demás.
Se os quiere y lo sabéis.

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