SENTIMIENTO DE PERTENENCIA
Lo pienso cada vez que paso por delante del Sanjo, y veo por los alrededores a sus alumnos por allí rondando.
Ahora mismo, si entrase en el colegio, ellos me percibirían como un extraño. Los profesores y auxiliares, salvo contadas excepciones, me percibirían como un extraño. Puede que hasta yo mismo me sintiese extraño en mi propia casa.
Porque aquel colegio fue –es– mi casa.
¿Por qué entonces esa sensación?
Mi explicación es que, aunque nunca se deja de pertenecer a un sitio del que en algún momento se fue parte, alejarte de él en el tiempo y la distancia, provoca desapego transitorio.
Un desapego, por otra parte, que estoy seguro que desaparece a los pocos minutos de volver. Pero que durante unos instantes hace que te sientas fuera de lugar.
Hace no mucho volví a mi alma mater, la UEMC.
Allí, quizá por haber transcurrido menos años desde que la dejé, me sentí más arropado.
Conozco todavía a muchos de los profesores que centraron mi azarosa vida. Charlo con ellos casi de igual a igual –cosa que, para ser sinceros, también hacía, desde el respeto y gracias a mi edad, cuando era alumno–. Y todavía las instalaciones se parecen mucho a las que dejé al partir.
Por lo tanto podemos aseverar que el tiempo es una de las medidas para calcular lo unidos o no que estamos a algo, o que nos sentimos parte de él.
En cambio, me viene a la cabeza otro ejemplo que puede desbaratar este punto anterior.
Si ahora mismo fuese a, no sé, Molly Malone o Caruso, estoy casi seguro que no estaría nada cómodo en ellos.
Y en estos casos, podíamos decir que los he vivido, y mucho, «hasta ayer mismo».
Aquí, el baremo del tiempo, no se cumple.
¿Qué es entonces? ¿Estar desubicado? ¿No saber adaptar tu concepto de esos lugares a cómo son en la actualidad?
Siguen siendo bares. Están en los mismo emplazamientos. Tienen los mismos dueños. Pero en cambio ya no los percibo como los sitios en los que he hecho todas las guardias que había que hacer.
Podéis pensar que más desubicado debería estar rodeado de chavales a los que saco, al que menos, 20 años («Ahora que de casi todo hace ya veinte años», que decía Jaime Gil de Biedma). Pero no es lo mismo.
Del colegio o de la facultad no espero otra cosa que lo que había antes –y yo hice– y hay ahora. Alumnos aprendiendo y formándose, y profesores dedicándose a ello. Nada ha cambiado. Si me diese por estudiar otra carrera, lo podría hacer.
En cambio, si voy ahora a esos bares a gastar lo que me queda de noche divirtiéndome, es probable que no lo consiga. Es más, es fácil que salga de allí despavorido. Ya no lograré allí lo que tantas veces hice en el pasado.
Igual os estoy confundiendo con una explicación farragosa. Pero hay veces que las cosas, a pesar de tenerlas claras, son difíciles de plasmar. Podríamos decir que son casi «un acto de fe». Se creen o no se creen.
Y esto que os cuento así lo siento.
De todas formas, y a pesar de todo, del Sanjo soy. De «La Cervantes» soy. Y del Caruso y del Molly, también.
Muchos grandes momentos viví entre sus paredes como para borrarlos de un plumazo, a pesar de que lo que fui allí, en algún determinado momento «se perderá en el tiempo, como lagrimas en la lluvia».
Besos para ellas y un abrazo para los demás.
Se os quiere y lo sabéis.
Comments (4)
A mí me pasa lo mismo cuando alguna vez he vuelto a entrar en MI cole o en MI residencia de Madrid… Es como si un grupo de okupas hubiesen invadido MI casa, cuyas instalaciones se han modernizado, pero su esencia sigue igual. Con la universidad no me pasa lo mismo porque la han trasladado de ubicación y el edificio en el que tanto me costó aprender La Ley de Enjuiciamiento Criminal, alberga ahora unos apartamentos de lujo!!
Enjuiciémoslos criminalmente por okupas a todos. ¡Que nos devuelvan lo que es nuestro!
A ti te cambiaron la uni por unos apartamentos de lujo. La mía es lo que era el edificio donde íbamos de convivencias con el colegio. Y la primera vez que entré, fue rarísimo ver las salas donde «meditábamos» convertidas en clases, en una especia de cierre de círculo.
Jeeeeeeeeeeesús!!
¿Has venido a la uni y no has pasado a saludar? Mal, Paty, mal.
Quién dice hace poco, dice antes de la pandemia. Y que conste que me acerqué por los despachos a ver si estabas, pero no. Había quedado con Arturo, y vi a Roberto y a Francisco.
¡No soy tan desagradecido, Félix!