SIEMPRE HAY UNA PRIMERA VEZ
No he visto Billy Elliot. Nunca he comido en un japonés. Y el último gintonic que me bebí todavía me lo sirvieron en vaso de tubo.
Pero esto no es lo más raro de mi vida.
Hasta el pasado viernes, jamás me había sentado en el sillón de una peluquería.
Cualquiera diría, por los pelos que llevo a veces, «ya nos hemos dado cuenta». Pero no, en serio, nunca me he puesto en manos de ningún tipo de peluquero o peluquera. Lo más cerca que he estado, fue una vez que entré un segundo en una peluquería, acompañando a mis amigos Jacobo y Borja. Aunque creo que no me quedé ni a esperarles.
Hasta el día de hoy siempre me lo ha cortado, con todo su arte, mi madre (a quien, ahora que sé que me lee, le mando un beso. ¡Hola, mamá!).
–¿A qué lado te vas a poner la raya?. O –¿Te lo corto al estilo Hugh Grant?. Eran todos los datos que necesitaba saber para proceder a la, llamada en mi casa, «Rapa das bestas».
Y si en el sentido literal de «besta», poco; en lo referente al tema capilar, diré que estoy muy cerca de ir una generación hacia atrás en el proceso evolutivo de la raza humana. Mi pelo, además de ser más ingobernable que El Holandés Errante, mella tijeras, y las deja como si con ellas se hubiese cortado acero.
Soy, a los que andan descalzos por casa tras cortarme el pelo, lo que las fanecas a los bañistas.
Yo, calvo, no me quedo. No.
He de reconocer que me entró cierto reparo a la hora de elegir peluquería. Porque las que estuve viendo eran tan modernas que me daba miedo aparecer en la boda que tenía el sábado como alguien de Gas Monkey. Yo, que todavía uso náuticos de Camper y combato del frío con un husky granate.
Así que por consejo de mi hermana dirigí mis pasos hacía Hermanas Arroyo, y encomendé mi cabellera a las expertas manos de Sara. Con la esperanza que fuese tratada con el cuidado con que trataban los sioux las de un rostro pálido –o sea, como un auténtico trofeo–.
A pesar de las advertencias, dije esas palabras que nadie en su sano juicio diría la primera vez que se corta el pelo: «Me fío de ti. Corta lo que creas necesario».
Y cuando lo primero que me dijo fue –¡Vaya un pelazo!– me ganó para siempre. Y supe que de allí no podía salir nada malo.
Me lo pasé pipa de charleta. Rodeado de bellas y simpáticas mujeres. Sintiéndome tratado como un auténtico rey.
Y encima, y primordial, encantado con mi flamante nuevo corte de pelo.
Si de todo hay que probar en esta vida, y a falta de muchísimas cosas aún por hacer, ya puedo tachar de mi lista de «Cosas sin hacer», cortarme el pelo en una peluquería.
Besos para ellas y un abrazo para los demás.
Se os quiere y lo sabéis.
P.D.: esta conjunción de palabras que crean frases, ha sido el primero de los muchos post que espero que nazcan de «Valentina».
*transcripción (casi) exacta de este texto. Cosas del señor SEO
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