TARDES Y MAÑANAS DE BIBLIOTECA

TARDES Y MAÑANAS DE BIBLIOTECA

TARDES Y MAÑANAS DE BIBLIOTECA

Hoy, no sé por qué, me he acordado de mis tardes de biblioteca.
Debe ser producto de mi nuevo yo. Ese que me ha llevado a ponerme a estudiar un máster a estas alturas del cuento.

Qué buenos momentos pasé en la biblioteca… Bueno, quiero decir, qué buenos momentos pasé en cualquiera de los sitios que estaban alrededor de la biblioteca, menos en ella propiamente dicha.
Y es que sí, lo reconozco, cuando iba, hacía de todo menos estudiar. Por lo menos los primeros meses, porque luego sí, luego estudiaba, pero siempre era tarde. En un día nunca me daba tiempo a meterme todo el temario.

Ir a la biblioteca te daba la sensación de que ya eras una persona adulta, responsable, con la cabeza bien amueblada. Eras un ser superior porque ibas por propia iniciativa a un lugar en el que la máxima era cultivar tu mente gracias al estudio continuo de una materia elegida.
Eso sí, el único recuerdo que tengo de la primera vez que fui, no es ni lo que estaba estudiando, ni cómo me sentí al entrar, ni siquiera si fue una experiencia agradable, sino que fue el bocadillo de tortilla que me metí en el primer descanso que hice. Aproximadamente a los 2 minutos de haberme sentado.

Porque sí, te daba sensación de ser un adulto, responsable, y todo eso. Pero también la posibilidad de empezar a probar los bocadillos y pinchos de todas las cafeterías que estaban en un radio de unos 2 km. a la redonda, e incluso más si alguno llevaba el coche.
El pincho relleno de La Central. La tortilla con alioli del bar Pedro. Las bravas de Industriales o de La Ría. El bocata de tortilla jugosita de Empresariales. Las patatas al remolino del Mianka

Eso por la mañana. Porque por la tarde, si es que volvías, en lo que te convertías experto era en sitios donde pusieran un buen café, y que te dejasen un tapete, una baraja, y pudieses tirar la tarde.
Y es que había sitios en los que el objetivo era el que te dieses al juego, dado el número de ellos que atesoraban sus vitrinas.
¿Qué me decís del ya desaparecido VIP?
Allí había más juegos que en la fábrica de Mattel. Si es que el dueño, a veces, hasta se sentaba contigo para echar la partida si te faltaba alguien para cuadrar una timba.
Las partidas de parchís en El Doctorado, con su parchís de seis. Las mega timbas a la pocha en El Doblete. O los campeonatos de mus en El Caribe.
Pero si es que hasta había un bar que tenía todos los MAN, y eso,  con 18-20 años, ¡¡es algo a tener muy en cuenta!!

Lo que sí tengo claro es que es aquellos días aprendí muchísimo. Aprendí muchísimo sobre música, quiero decir.
Recuerdo pasar las mañanas en la biblioteca de Arquitectura –que era la mejor, porque en la sala de “fuera” se podía fumar. Sï amigos, sí, se podía fumar en una biblioteca–, escuchando, desde bien prontito, La Jungla con “El Abellán“. Y ese instinto innato que tenía, y tiene, para descubrir futuros hits.
Y luego, por la tarde, me enfundaba las gafas de pasta, y Radio3 al canto que me ponía en el walkman, para escuchar a grupos “raros” o “legendarios”.

Justamente ahora es cuando iba a empezar a hablar de las virtudes académicas de ir a la biblioteca, y de mi particular forma de estudiar (de la que sólo mencionaré la palabra clave “secador“), pero esto empieza a ser un poco largo, así que mejor lo dejamos aquí, que no quiero cansar ni aburrir.

 

Besos para ellas y un abrazo para los demás.
Se os quiere y lo sabéis.

P.D.: la foto que encabeza este post la hice el día del último examen de la carrera, unas horas antes de acudir a él. Para que veáis que yendo a la biblioteca se acaba consiguiendo el fin último de su existencia, aprobar.

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