TRES NOCHES EN LA RIVIERA

TRES NOCHES EN LA RIVIERA

TRES NOCHES EN LA RIVIERA

Que la noche me ha dado muchas cosas, sin duda.
Pero que también me ha quitado otras tantas, no hay discusión.

 

Y entre estás últimas estaba la posibilidad de hacer planes los fines de semana, como hace un alto porcentaje de la humanidad.
Así que ahora, con mi nueva vida alejada de las cabinas, y con la disponibilidad absoluta de días libres, estoy en la búsqueda del tiempo perdido –de una manera menos existencial que Proust–.

Como primera parada de este nuevo recorrido, ver a Sidecars en La Riviera era un excelente comienzo.
Porque si Leiva es «El Elegido», Juancho es la sombra alargada del mismo, por no decir la luz que la produce. Y como le dije a él en persona hace no mucho, «no se lo digas a tu hermano, pero me gustan más tus canciones que las suyas».
Igual exageré un poco, pero sólo un poco. Y eso, sabiendo lo que me gusta El Flaco, les sitúa muy muy arriba en mi ranking personal.
La de veces que les pinchaba cada día en el bar, reafirma mis palabras

De éste –el cuarto concierto al que iba a verlos– esperaba mucho. Porque creo que era el momento de certificar lo que ya había visto las otras 3 veces (con acústico y actuación en festival incluidos).
¡Y vaya si cumplieron!

Juancho es un frontman con todas las de la ley. Con una voz muy personal y un manejo de la Telecaster que le da esa actitud que tiene que tener cualquier rockero que se precie.
Lidera una banda que tiene un rollazo brutal que demostraron que sabían lo que estaban haciendo, dónde lo hacían, y para quién.
En conciertos así se forjan los mitos y nacen las estrellas.

Además son amigos, que es una cosa que me encanta en los grupos. Porque consigue que lo que hacen sea natural, espontáneo y auténtico, y esa es la esencia verdadera del rock –que en los tiempos que corren, más vale no perder–.
Y aunque Juancho se empeñe en cantar que «cara al público mi miedo se hace crónico…» (en la brutal Costa da morte, por cierto), diré que lo disimula fenomenal dado la complicidad que consiguió con una Riviera hasta la bandera.

Como habíamos visto un conciertazo, había que homenajear a los Sidecars, «arrasando la Gran Vía».
Así que nos fuimos a dar buena cuenta del Black Label en uno de esos garitos que hay en Madrid –y que no salen en las guías– donde se puede escuchar buena música sin agobios. ¡Gran descubrimiento!

Cuento los días para verles de nuevo en Valladolid en marzo–para cuyo concierto tengo entrada desde el 20 de julio pasado–. Y cantar de nuevo, con los ojos cerrados «de pequeña no aprendió a nadar, hace poco que me lo ha contado. Vente yo te enseñaré a volar mientras vienen (o llegan, dependiendo de la versión) los demás a nado»

 

Besos para ellas y un abrazo para los demás.
Se os quiere y lo sabéis.

 

P.D.: como bola extra de mi nueva vida, gracias a no currar los sábados por la noche he experimentado algo que nunca había hecho antes… ¡Comprobar que los domingos existen! Así que nos hemos ido, mis perfectos anfitriones Andrea y Borja, la siempre bella Marta, y quien suscribe, a disfrutar de los placeres madrileños.

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