VIAJANDO DESDE LA VENTANA

VIAJANDO DESDE LA VENTANA

VIAJANDO DESDE LA VENTANA

Me encanta divagar. Abstraerme del mundo físico e introducirme en un mundo un poco más ¿psíquico?.
Estar en Babia, vamos…

Sé que no es lo más recomendable porque hace que no tengas los pies en el suelo, y eso a día de hoy es algo no muy recomendable. Porque si ya con los cinco sentidos activos y estando bien fijados en la tierra que pisamos la vida se pone a veces cuesta arriba y no es difícil avanzar en ella, hazte una idea de cómo se pone cuando vas caminando mirando a las musarañas.
Pero es que mi imaginación es bastante proactiva y tiene vida propia. Tanto incluso que se suele apoderar del resto de mis funciones cognoscitivas.

¿Me vale para algo hacerlo?
Pues es probable que para las cosas fundamentales del día a día no; pero en cambio creo que es una base importante para mi casi permanente buen humor, a pesar de todas las adversidades que quieren convertirme en el Tío Camuñas.
La racionalidad en el ser humano es importante –importantísima se podría decir–, pero ¿qué sería de nosotros si no dejásemos correr la imaginación de vez en cuando?
¿Qué sería de nosotros si estuviésemos concentrados 24/7? ¿Qué sería de nosotros si no nos evadiésemos, aunque sólo fuesen 10 minutos?

Porque evadirse no sólo se puede hacer yéndose a un recóndito lugar del mundo donde todavía no ha llegado la civilización, sino que es algo tan fácil que uno puede hacerlo incluso mirando por la ventana de un patio interior desde el que sólo se ve, enfrente, una pared calada de blanco. Esa ventana puede ser la ventana desde la que ver todo aquello que queramos.

Nuestra vida es la que nos toca vivir, eso es indudable. Pero hay veces que no está mal “vivir” una paralela.
Y no me refiero a vivir una irreal en la que todo sea felicidad y parabienes, sino una en la que hubieses escogido la opción no elegida cuando se te presentó. Una en la que no hubieses sido un cobarde para hacer eso que deberías haber hecho. Una en la que el “qué dirán” no te hubiese importado tanto como para descartar en el último momento esa idea tan buena que tenías.

De acuerdo que las cosas hay que hacerlas cuando hay que hacerlas. De nada sirve dar la mejor solución al día siguiente. Pero soy humano y por tanto yerro… Mas veces de las que querría… Pero es lo que hay.
Hay decisiones, digamos que fallidas, que se pueden enmendar; pero otras no. Y ahí es donde la imaginación “divagativa” hace su trabajo. Porque desde ella se puede ejercer un análisis de lo ocurrido para aplicar esa máxima que dice “de los errores se aprende”.

¿Y qué mejor para analizarlos que dejando volar la imaginación para crear una situación en la que no han ocurrido?
Ya lo decía Oliverio en El lado oscuro del corazón:
Me importa un pito que las mujeres tengan los senos como magnolias, o como pasas de higo. Un cutis de durazno, o de papel de lija.
Le doy una importancia igual a cero al hecho de que amanezcan con un aliento afrodisiaco, o con un aliento insecticida.
Soy perfectamente capaz de soportar, una nariz que sacaría el primer premio en una exposición de zanahorias.
Pero eso sí, y en esto soy irreductible, no les perdono bajo ningún pretexto que no sepan volar. Si no saben volar pierden el tiempo conmigo”.

 

Besos para ellas y un abrazo para los demás.
Se os quiere y lo sabéis.

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