¿Y SI ME GIRO?

¿Y SI ME GIRO?

¿Y SI ME GIRO?

Yo, que soy un hombre que nací para vestir Castellano, zapato ingles y náutico, quiso el destino que, de un tiempo a esta parte, por cuestiones que no vienen al caso, tenga que usar para vestir zapatillas deportivas –también llamadas playeras (o en menor medida, como dice mi tía María José, «tenis»)–.
Así que por aquello de que la pena es menos pena cuanto antes se asuma, me ha dado ahora por usarlas permanentemente.
Me las pongo en casa, las uso para trabajar, para lo quehaceres diarios… Y para andar mucho.

Porque ahora que las tengo, parece que es mi obligación hacer lo más parecido al deporte al aire libre que estoy dispuesto a hacer. Y eso no es otra cosa que la bella costumbre de andar por la ciudad, dando agradables paseos.

En uno de ellos estaba esta tarde, cuando me ha sucedido eso que muchas veces pasa. Ves venir a una persona de lejos, y no sabes muy bien por qué, pero tienes claro que os vais a estorbar mutuamente. Por mucho que la acera sea más amplia que la Castellana.

Ella venía hacía mí –y por supuesto yo hacia ella–, hasta que sí, nos hemos estorbado.
Porque es eso, estorbarse. No chocarse, ni rozarse siquiera. Es un simple «tú estás en mi camino y yo en el tuyo. Y no hemos sido lo suficientemente hábiles para distanciarnos lo justo para poder seguir siendo dos transeúntes más que se cruzan por la calle y que ni se percatan de la existencia el uno del otro».

Pero, y aquí llega lo importante, tras el pertinente «Disculpa», ella ha sonreído al verse tan torpe como yo. Por lo que a mí me ha faltado tiempo para hacer lo mismo. Además ha sido de esas sonrisas que se te quedan en la cara al continuar andando.
Tras unos pasos, he hecho eso que cualquier amante del cine haría, y que es, por supuesto, girarse para volver a ver a la chica. Esperando, si hay suerte, que ella esté haciendo lo mismo para que así surja un flechazo instantáneo en ese cruce de miradas…

En este punto dos cosas os voy a decir:
La primera es que el cine es sólo eso, cine. No suele suceder en la vida real lo que en las pantallas vemos.

La segunda es que si sois tan entregados a la serendipia cinematográfica como yo, y lo hacéis, hacedlo rápido.
Y a poder ser no al lado de una esquina. Porque al girarme, ni chica ni nada. Allí no se veía más que una sucursal del Banco Hispano Americano, que diría Sabina, de los muchos que hay en la ciudad.

Dado que hoy estoy teniendo un buen día, pensaré que a ella le pasó lo mismo y se giró para encontrarse con mi mirada no viendo más que un banco. Y tras el chasco de la situación, siguió su camino pensando en la bonita historia que podía haber sucedido.

 

Besos para ellas y un abrazo para los demás.
Se os quiere y lo sabéis.

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