DESEOS CUMPLIDOS

DESEOS CUMPLIDOS

DESEOS CUMPLIDOS

2 y 3 de marzo de 2017.

Dos conciertos de Leiva en Valladolid.
Dos conciertos que viví de distinta manera, pero con la misma satisfacción plena.
Ésta es la historia.

 

La verdad es que el del jueves me pilló por sorpresa porque fui duda hasta casi el último momento. Pero si el Gran Guerrero me dice ven, ¡lo dejo todo!
Así que para allá nos fuimos, a disfrutar del concierto cual adolescentes. Porque para eso vale la música entre otras cosas, para hacerte sentir joven eternamente. Gente, saludos, cervecita entre amigos, buena conversación. Más gente, más cervecita y mucha buena música…
Además, había sorpresa. «Tú trae el disco, que te lo firma» fueron las palabras que me dijo a eso de las 19:15h mi compañero «conciertil».

Y vaya si me lo firmó, con dedicatoria incluida (¡Gracias, Fede!). Así que en ese momento mi felicidad estaba casi rozando la eternidad.
Pero aún había más, porque el destino quería que el 2 de marzo (para mí el día más triste de mi vida por acontecimientos pasados), pasase a ser justamente el día en que lograse una de las cosas que más he perseguido en estos últimos años, conocer en persona a Leiva.

Como el undécimo mandamiento es no molestar, mi paso por el backstage tenía que ser eso, un «ver, oír y callar», que para eso los músicos están en su Sancta Sanctorum, descansando después de la batalla. Así que tras saludar a César Pop, porque una cosa es no molestar y otra ser mal educado y no decir hola a los amigos, allí me quedé, simplemente observando y disfrutando del momento –que es algo que últimamente se nos esta olvidando hacer–.
En esto que se acerca de nuevo Fede, y tras darle las gracias otra vez por todo, y tras charlar un rato de lo humano y lo divino, me dice: «Ven, que te presento a Lei».

Los siguientes minutos, puede que fuesen de los más felices y plenos que he tenido en mucho tiempo.

Si dicen que a veces es mejor no conocer a la gente que admiras por miedo a llevarte una desilusión, en mi caso fue justamente lo contrario. Las palabras que intercambiamos corroboraron que si ya admiraba a este gran tipo por su música, a partir de ahora lo iba a hacer también por cómo es.
Me pareció una persona tímida pero al mismo tiempo muy cercana. Que decía cosas con un sentido y una verdad inapelable. Que a pesar de probablemente querer irse a su hotel a dormir, ahí estaba, de pie, aguantando a un tío cuya única tarjeta de visita era el vinilo de Diciembre (si alguna vez lees esto, Lei, sigue en pie mi ofrecimiento de regalártelo, que yo las cosas no las digo a la ligera).
Tras esto, despedida y cierre de un día perfecto.

 

Lo del viernes iba a ser otra cosa. Había que ponerse el traje de groupie para meterse en lo más profundo de las mareas de fans –porque entre otras cosas para eso lo soy también–. Y junto a mi queridísima eLe, allí en medio nos plantamos, para tener la mejor vista posible de lo que estaba por venir.
Como he dicho antes, la música vale para ser eternamente joven, y también para acercar generaciones; y ella y yo somos la prueba.
Confidencias, risas, proyectos decorativos, y canciones, canciones y más canciones. Cantadas a grito pelado unas, y con los ojos cerrados, otras. Incluso alguna, simplemente escuchada en silencio para disfrutarla como se merece.

Qué a gusto se está cuando se está a gusto, y yo lo estaba.
Gracias por todo, Pequeña eLe.

Loco me han llamado por haber ido dos días seguidos a ver al mismo artista en concierto, y todo lo que puedo decir es: «¡La locura hubiera sido no haberlo hecho!»

 

Besos para ellas y abrazos para ellos.
Se os quiere y lo sabéis.

 

P.D.: no quiero dejar de dar las gracias a Álvaro Pasión, por todo el trabajo que está haciendo.

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