EL TALLER DE MI PADRE

EL TALLER DE MI PADRE

EL TALLER DE MI PADRE

Me imagino que a todos los que han perdido a un ser querido les pasa lo mismo; de vez en cuando, esas personas vuelven en sueños.
Además suelen venir, por lo menos en mi caso, de una manera muy real.

Dentro de esa alegoría de los deseos personales de cada uno que son los sueños, mi padre –del que ya he contado más de una vez que le dije adiós por última vez más pronto de lo que nadie debería despedirse de alguien para siempre– suele aparecer en un sitio muy concreto y muy suyo: el taller que teníamos en la antigua casa familiar.

A ver, llamarle taller igual no es exacto.
Utensilios para trabajar a mano había, que es el principal carácter (me niego a usar más la palabra «ADN») de un taller; pero también había desplegado una maqueta de tren de considerable tamaño, con figuritas de austriacos en pantalón corto llamados Friedrich, junto a su mujer, Helga, con falda de cuadros. Al lado de una fresadora, había un acordeón. Tornillos y diodos compartían espacio junto a un Meccano o un Scalextric.
En definitiva puede que aquel cuarto fuese el reflejo de su personalidad, y por ende, de su alma. Al fin y al cabo mi padre fue un licenciado en Derecho que entregó su alma a la estadística.

En ese Sancta Santorum él era feliz. No le hacía falta nada más que aquello, y sus multiples inquietudes, para pasar horas y horas entretenido.
Sus hijos, entre los que me incluyo, intentábamos distraer lo menos posible. Porque uno, cuando es niño, no sabe el grado de concentración en el que está sumido un adulto. Y quizá, ir a pedir un vaso de leche con Nesquik a media tarde, podía provocar que vertiese ácido clorhídrico encima de sulfato de cloro, y la liase parda. O lo que hubiese sido peor, que me lo hubiese vertido por encima, y me hubiese dejado rubio como Lolo García en Tobi.

Aunque esto no es cierto al 100%, porque anda que no íbamos veces a husmear. Aquello, para los que nos gusta cacharrerar, era una especie de paraíso terrenal. Y te acercabas allí, entre distraído y sin querer, a su vera. Y veías ese proceso maravilloso de fundir estaño en una soldadura. O cómo el serrín sobrevolaba el ambiente cada vez que la sierra de calar hacía su trabajo.
Y en el fondo tú querías hacer lo mismo, a pesar que sabías que no se podía. Porque, en contra de la creencia popular, los padres tenían precaución con los niños (lo de ahora se llama sobreprotección, y es otra cosa). Y los niños teníamos un grado de respeto tal por los padres, que ni lo intentábamos.

Espero que tras escribir esto, mi subconsciente haga su trabajo esta noche, y me traiga a mi padre y su taller un rato.
Porque estos momentos oníricos los aprovecho para pasar con él más tiempo del que pasé en el mundo terrenal.
Esto es algo que hace que me levante de muy buen humor. Lo cual es una cosa siempre deseable, y ahora mismo, más.
Y quién sabe, igual acabo aprendiendo a cómo usar una sierra de marquetería y un tester. Por separado, por supuesto.

 

Besos para ellas y un abrazo para los demás.
Se os quiere y lo sabéis.

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Comments (2)

  • Palo Reply

    Bueno, bueno, ¡que me he emocionado y todo! Yo también sueño muchas veces con mi madre y son sueños súper reales. Una vez me preguntaron ¿y no te despiertas triste? Y yo respondí que ¡todo lo contrario! Me encanta soñar con ella porque, como bien dices, aprovecho para pasar más tiempo con ella y me levanto muy contenta.
    Una pena que tengamos esto en común, pero a la vez es bonito compartirlo ¿no?
    Muchos besos y espero que tu sueño se haya cumplido!

    13/05/2023 at 4:22 pm
    • Paty Varela Reply

      Nunca triste, ¿verdad? Siempre muy contento.
      Son pequeños regalos que se nos conceden. Unos minutillos extras que nos da el subconsciente, o quién sabe qué (o quién).
      Las ídolas y los fanes compartimos las alegrías, la gran parte de las veces. Y también las penas, que son parte del día a día.
      Un beso, Palo!!

      13/05/2023 at 4:30 pm

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