HISTORIA DE UNA BALDA

HISTORIA DE UNA BALDA

HISTORIA DE UNA BALDA

Me encanta montarme en el ascensor por las mañanas, y percibir el olor a aftershave «old school» que usan algunos de mis vecinos.
Es una de mis «magdalenas» preferidas.

Para empezar me recuerda a mi padre, que era un galán de los de Old Spice. Y evocarle de cualquiera de las maneras posibles es algo que siempre me gusta.
También, no sé muy bien porqué, me recuerda a Madrid en Navidad. Al Álvarez Gómez de Castellana con General Yagüe, y a sus clientes de aspecto impecable, entrando y saliendo todos con la prensa bajo el brazo, comprada en el kiosco que había en esa misma esquina –y donde descubrí lo que significada que un libro fuese Best Seller, gracias al stand que allí había, repleto de los mejores de la época–.

Entonces, me viene a la mente ese tiempo no muy lejano, en que las cosas no eran tan sofisticadas; que los productos de belleza que tenía un hombre en su balda, se reducían prácticamente a espuma de afeitar, el mencionado aftershave, un desodorante en stick y una colonia. Y tal vez, como bola extra, un frasco de perfume –que en el 90% de los casos era Eau Sauvage, hasta la llegada del Fahrenheit, la posterior democratización del perfume de la mano del One de Calvin Klein, y el advenimiento del perfume definitivo, Acqua de Giò–.

Y es que ahora, las cosas se han complicado, digamos, un poco.
Hace no mucho fui a comprar un bote de crema:

– ¿Cara o cuerpo?
– Pues no sé, porque yo me la empiezo a echar unos días por la cara y otras por el cuerpo.
– ¿De día o de noche?
– Uyyyy, eso sí que es difícil, que yo llevo una vida muy ajetreada, y a veces vivo de día y a veces de noche.
– ¿Con serum?
– ¿Con qué?
– ¿Antiedad?
– A ver, no nos liemos… ¿No tiene Nivea, de esa que da igual que te la des por la cara que por el cul… digo cuerpo, de día o de noche, en ayunas o con el estómago lleno?

 

¿¿¿¿Por qué????
No me hagáis tomar más decisiones de las necesarias, que ya bastante suplicio tengo con elegir leche cuando hago la compra. Ahora más encima, dado que me cambian los formatos de las cajas, y ya no sé si compro leche o batidos multinutritivos –que mezclados con la crema de día y de noche, seguro que crean el elixir de la eterna juventud–.

Estoy convencido que los avances han hecho que dispongamos de la posibilidad de crear una multitud de productos mejorados. Pero de lo que ya no estoy tan seguro es que esas mejoras sean ciertas.
¿Cuánto tiempo llevamos oyendo que los detergentes de «ahora», más blancas no pueden dejar las prendas? ¿Qué pasa, que los de hace unos años no dejaban las prendas «más blancas imposible»? Alguien miente aquí…
¡Mi queridísima, y nunca suficientemente idolatrada tata Agustina, conseguía lavar las camisas tan blancas –gracias al jabón Lagarto–, que cuando salía a la calle tenía el fulgor de una supernova!
Y el jabón Lagarto es de la quinta del papel higiénico El Elefante y el Anís del Mono. De ayer mismo, vamos…

Así que, por favor, ¿Avances? ¡Siempre!
Pero con orden, y en cosas realmente necesarias. Dado que no quiero tener que planear mis compras diarias con la argucia de un estadista, ni con la profusión de un plan quinquenal.

 

Besos para ellas y un abrazo para los demás.
Se os quiere y lo sabéis.

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