LA HISTORIA ESTÁ EN LOS MÁRGENES

LA HISTORIA ESTÁ EN LOS MÁRGENES

LA HISTORIA ESTÁ EN LOS MÁRGENES

«Siempre que abras tus libros viejos del colegio y veas mi nombre escrito en aquella página que no recuerdas cuál es»

Para quién no lo sepa, esta cita es una parte de la letra de Dos Imanes de Hombres G –que es mi canción preferida de los G–. Y no sé por qué, pero siempre que oigo esta frase, me acuerdo de mi libro de filosofía de 3º de BUP (al cambio, 1º de Bachillerato).

La explicación es bastante clara.
Creo que en mi vida he prestado menos atención a algo que a aquellas clases infumables.
Además solían ser después de las de educación física. Por lo que llegabas, ya no sólo cansado, sino con la mente puesta en todas tus compañeras de clase, que tan gráciles ellas, habían estado haciendo ejercicio al lado tuyo la hora anterior. Y eso es algo que ni Sócrates, ni Platón, ni toda la Academia, te iban a quitar de la cabeza.

Por lo tanto, te pasabas la clase de filosofía llenando el libro de nombres de esas chicas por las que perdías la cabeza –siempre era más de una, por supuesto. Que para algo tenías las hormonas más alteradas que el genoma que la oveja Dolly–.

Tened en cuenta que en mi generación, hasta los 14 años, no compartías clase con chicas. Por lo que ver féminas delante de ti era toda una novedad.
¡¡Qué alboroto el primer día de clase, madre mía!!
Allí había más pavos reales de cortejo que en el Campo Grande. Y más teniendo en cuenta que la proporción era más o menos de 1 a 4 a favor nuestro.
Había que sacar a relucir todo el potencial que había estado agazapado los 13 años anteriores –en los que toda tu preocupación era ganar los partidillos del recreo, en los que se jugaba con portero-delantero, a pesar de ser unos 400 contra 400–.
Ahora , cuando te levantabas, tenías que elegir qué ropa ponerte. Era importante que el plumaje acompañase a esos cuerpos en plena efervescencia.

De todas maneras, como bien es sabido, a esas edades la chicas son ya mujeres. Y los chicos éramos eso, chicos.
Así que lo más que conseguías era que te llamasen «niño». O si la tontería se te iba un poco de las manos, «imbécil».

Porque esa era otra. Intentabas ligar con el método de ‘voy a soltarle la mayor bordería del mundo, que seguro que así cae loca por mis huesos’. Con funestos resultados por norma en general (la excepción son esas personas, que hagan lo que hagan, se llevan el gato al agua siempre).
Así que ese primer año de fusión, diremos que era de prueba y error, de acercamiento, o de aprendizaje.

En 2º de BUP las cosas ya eran mucho mejor. Ahora, a veces, hasta te hablaban (aunque en cambio, también era más frecuente que te llamasen siempre «imbécil»).
Me acuerdo un día de esos en los que a mi amigo Luis y a mí nos cerraban la puerta por no llegar a la hora, y nos teníamos que quedar fuera toda la tarde –con el consabido desconsuelo, por supuesto–. Y se nos ocurrió ir a ver hacer educación física a otra de las clases de nuestro curso, que estaban en el «Patio grande».

Eso sí fue un descubrimiento (junto con el mus un par de años después), y no el de la penicilina. La mejor tarde de nuestras vidas!!
Además, dado que estudiantes éramos regular, pero deportistas (aún) éramos muy buenos, teníamos buen rollo con el profesor. Así que nos dejó quedarnos allí durante la clase, siempre y cuando no diésemos mucha guerra.
¿Una hora haciendo el canelo con los amigos que tenías en esa clase, mientras veías a las chicas de tu curso hacer deporte, a cambio de no dar guerra?
Podría haberme convertido en estatua de sal si hubiese hecho falta.
Qué tardes aquellas… Aún suspiro al recordarlas, cual Werther pensando en Lotte

Y tras muchos días así, por fin llegamos al año en que ya llenábamos los libros con nombres de chicas. Teníamos derecho a ello. Dos años de sufrimiento nos habían dado ese privilegio.
Aunque para ser sinceros, la gran parte de esos nombres eran de chicas que no estaban en nuestro curso, o incluso no estaban ni en nuestro colegio. Todavía teníamos una chispa de amor propio, y no podíamos entregar tan fácilmente nuestra alma a aquellas que habían jugado con ella durante dos largos años.
Pero bueno, gracias a eso empezamos a fraguar amistades chico-chica, que incluso han llegado a nuestros días. Contradiciendo ese eslogan que se empeñó en meternos en la cabeza –a base de orgasmos– Meg Ryan, de que un chico y una chica nunca pueden ser sólo amigos.

Lo que daría por poder volver a leer los márgenes de esos libros, para ver qué había escritos en ellos. De muchos de los nombres me acuerdo, porque para eso sus dueñas me quitaron horas y horas de sueño. Pero estoy seguro que de algunos otros no, y me gustaría saber quién estaba en nuestras vidas por entonces haciendo que nos engalanásemos mañana tras mañana, como si fuésemos todos los días a la verbena de las fiestas patronales de nuestros querido Colegio San José.

 

Besos para ellas y un abrazo para los demás.
Se os quiere y lo sabéis.

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