NO VIVO EN SUNSET BOULEVARD

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¡Qué efímera es la fama!
(si se puede llamar fama a esto que voy a relatar).

Durante muchos años he sido parte de la escena nocturna de primera linea de Valladolid. Porque, qué demonios, lo he sido, y no me cuesta prendas decirlo (y quien me conozca un poco, sabrá que no me gusta tirarme flores).
Además, puse todo de mi parte para conseguirlo.

Hace unos meses he salido de esa primera linea de manera casi abrupta, pero decidido. Porque pensaba que ya era el momento de hacerlo.
Desde entonces mi vida está en calma.

El teléfono ha dejado de sonar de manera permanente. Las invitaciones a fiestas no llegan. Los cumpleaños ya no son parte ineludible de mi día a día… Ya no soy figura pública, y por lo tanto no estoy en la mente de tantas personas como antes.

Y me gusta, porque en el fondo soy una persona tranquila y hogareña –quién lo diría hace unos años– al que le gustan las pequeñas cosas que tenía antes, y sigo teniendo ahora.
Recibo cariño de quién sabía que me lo daría de manera incondicional estuviese donde estuviese. Cuento con los que tenía claro que podría contar siempre, a pesar de no llevarles a los lugares más cool del momento… En definitiva, las personas a mi alrededor me tratan como me han tratado siempre, quizá porque yo también siempre les he tratado igual.

Pero viendo esta situación, ahora entiendo a aquellos que se han vuelto locos cuando los focos les han dejado de apuntar. No tiene que ser fácil ser centro de atención, y de repente un buen día, desaparecer sin tú quererlo.
Aquellos que viven pendientes de que los demás les miren, tienen que sufrir una terrible presión cuando la gente deja de observarlos. Y no sólo eso, sino que encima las miradas pasan a observar, habitualmente, a un versión más moderna y mejorada de ellos mismos.

Un halago tiene que ser algo para sentirse orgulloso cuando te lo dicen por un trabajo bien hecho, y no el fin para hacer así de bien ese trabajo.
Si la satisfacción propia por el deber cumplido no es suficiente, tenemos un problema.

Igual porque me gusta mucho el cine, siempre tuve cuidado de no convertirme en Norma Desmond, y mantuve un perfil bajo para evitarlo.
Montando el show semana tras semana, sí. Pero bajándome del pedestal en el que alguna vez fui encumbrado, una vez acabado el espectáculo.
Cuando veo a alguien vanagloriarse permanentemente de lo suyo cuando están en su momento de “fama”, mirando con desdén lo de los demás, siempre pienso en la de torres altas –algunas incluso altísimas– que he visto caer con el paso del tiempo.

Por lo tanto, creo que la mejor actitud que se puede optar ante las cosas, es la normalidad. Que es justamente esa cualidad, no siempre fácil de obtener, que permite celebrar con mesura los éxitos, al mismo tiempo que permite afrontar con entereza los fracasos.
Seamos, por tanto, normales. Porque si la vida es corta, no os quiero contar cuán efímera es la fama…

 

Besos para ellas y una abrazo para los demás.
Se os quiere y lo sabéis.

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